Me paso la vida protestando por todo pero luego tengo esa tendencia a intentar sacar las cosas buenas de cada experiencia. El otro día me decía una amiga que vaya tortura de embarazo y yo le dije que no, que mi embarazo estaba siendo bueno. Cada uno ve las cosas como las quiere ver y yo prefiero quedarme con que, reposo al margen, me encuentro bien. Paso de estar todo el día en el sofá comiéndome la cabeza y haciéndome la víctima.
Esta experiencia (de mierda) tiene alguna cosa buena, aunque no lo parezca:
1- He aprendido a trabajar en casa. Antes era incapaz. Es cierto que me paso por el forro la rutina que me quise imponer (como lo de no trabajar en pijama) pero bajar un pistón y no ser tan nazi conmigo misma también era algo necesario.
2- No me siento culpable si hago siesta, ni si me pongo una peli de esas de pasar vergüenza ajena en Netflix, ni si aprovecho un viaje al baño (Ver punto 6) para cogerme un helado con montones de chocolate.
3- Me he reencontrado con mi casa. Aquí un culo de mal asiento que antes calmaba la ansiedad yendo a despacho. Eso es de lo peor que he hecho, irme un sábado al despacho porque allí tenía la sensación de que todo estaba bajo control. Ahora la vida ha de estar bajo control en casa y más o menos lo estamos consiguiendo.
4- He bajado el ritmo. Quien me conoce sabe que me hacía mucha falta. Estar de reposo no significa no dejar de trabajar (el otro día alguien me insinuó que me cogiera la baja y casi me vuelvo al quirófano del mosqueo), pero sí que lo haga de otra manera. Si no llego, no llego, lo haré mañana. Así funcionamos mejor.
5- Me sabe menos mal pedir ayuda. Ayer me dejé un cuaderno en casa de mis padres y mi madre ha venido a traérmelo hoy. De paso, me ha tendido la lavadora de sábanas y ha hecho la cama. Lo de la cama ha sido a traición, la podía haber hecho yo.
6- Estoy poniendo a prueba mi frikismo máximo con la productividad y la eficiencia. Intento levantarme lo menos posible del sofá por tanto, me hago una planificación mental de todo lo que puedo hacer cada vez que me levanto. En plan: «ahora cuando tenga que ir al baño aprovecho para entrar la camiseta que V se ha dejado en el salón, saco la hamburguesa del congelador, pongo el aire acondicionado y me como un kiwi». O: «ahora cuando venga el de MRW a traerme las sandalias aprovecharé que me levanto para darme una ducha rápida, calentar la comida, coger el esmalte de uñas y abrir la ventana para que corra el aire».
7- Estoy retomando esos hobbies ‘de chica’ que olvidé al hacerme workaholic. Sigo con los banderines y a lo mejor mañana empiezo a bordarme un bolso de tela (siempre uso bolsos de tela) con un Fuck it! enorme y un cactus. Qué risa.
8- Disfruto a montones de la soledad. Vale que hablo mucho, pero lo que más me gusta es estar callada, tranquila y escuchando a Jack Johnson con el aire condicionado puesto (ahora me ha dado por La Buena Vida).
Reitero en cualquier caso que no estoy de reposo, sino de arresto domiciliario. No estoy en la cama ni nada parecido, pero como estoy acojonada, pues intento moverme lo menos posible y sigo currando en el sofá a pesar de lo lenta que voy. Ahora mi esperanza es que en 15 días me levanten la prohibición de ‘baños de inmersión’ para poder mimetizarme con mi colchoneta deluxe y, al menos, pasar algo de tiempo con el culo a remojo mientras va pasando el tiempo. Veremos. Y sí, esta es la típica entrada de ‘el que no se consuela es porque no quiere’.
[…] las semanas. Mi embarazo accidentado me ha traído grandes cambios (ya conté que el reposo había tenido cosas muy buenas), algunos que terminaron el mismo día que parí y otros que se quedarán ya siempre conmigo, como […]