De milagritos y ochos de marzo

Enviado por: Li marzo 8, 2020 1 comentario

Últimamente ha habido una pequeña epidemia de ‘milagritos’ en la infertilpandy. Cuando hablo de ‘milagrito’ me refiero a esos embarazos que llegan, por fin, de forma natural después de sufrir muchísimo para tener el primer hijo. Son embarazos que incluso sorprenden a mujeres que estaban ya pensando en volver a tratamientos para poder llevar a cabo la deseada ‘operación hermanito’. Esos milagritos, en realidad, me reconcilian con mi propio ‘duelo’ por el segundo hijo que nunca tendré. Con frecuencia me alegran casi tanto como si fueran ‘milagritos’ propios, hasta llego a pensar que esta alegría quiere decir, en realidad, que tengo ese duelo más superado de lo que yo misma pienso a veces.

El problema, porque siempre hay un problema, viene cuando esos milagritos no suceden en un entorno online controlado*, de hecho ni siquiera sabes si ha sucedido de verdad el ‘milagrito’ o simplemente es que alguien está utilizando es argumento para rebatirte y darte caña. (*Me aclaro aquí para no marear: en mi entorno online sé que esos milagritos son reales, disfrutados y merecidísimos)

Viajamos a un día cualquiera a casa de un familiar random. Hablamos de la inminencia de las fiestas y de cómo vestir a un niño es bastante menos complicado que vestir a una niña con la indumentaria tradicional. Llega entonces ese momento que siempre termina llegando: “bueno, ahora es cuestión de que vosotros vayáis a buscar la niña”.

Los familiares random saben perfectamente lo que costó tener el primer hijo en tiempo, dinero y desgaste emocional. Los familiares random saben que dijimos definitivamente no a la ‘operación hermanito’ el día que firmamos una hipoteca porque, señoras y señores, para algunas personas tener hijos es cuestión de dinero, de mucho dinero.

Ahí te das cuenta de que da exactamente igual que esa familia random sepa de ti y de tu vida porque es cuando hacen su aparición esos ‘milagritos’ reales o inventados que terminan sacando a la palestra cuando intentas explicarles, de manera racional y a veces con un nudo en el estómago, que no habrá más hijos.

Volvemos a ese día en casa de familiares random y a la conversación sobre esa niña que nunca tendremos. Lo explicas, pero aparece alguien(a) que te cuenta que hace unos días se encontró por la calle a una compañera del instituto que tuvo al primer niño por ovodonación y ahora se ha quedado de ‘milagrito’. Pero, además, eso mismo le pasó a la vecina del quinto, a la chica de la charcutería y a la cuñada del cartero sustituto de esta quincena.  Empiezan los monos a tocar los platillos y decides desconectar de la conversación porque sabes cómo termina, aunque sales un momento de tu trance para decir que no se preocupen, que eso no te va a pasar a ti, la que nunca ganó ni una pegatina en los Phoskitos y convalidó toda aquella no-suerte cuando una citología a destiempo le salvó la vida.

“Claro que no pasará con lo agobiada que vas con el trabajo, si no bajas el ritmo nunca te quedarás embarazada otra vez”. Los platillos del mono se convierten en toda una sección de percusión que suena cada vez más fuerte y te contienes para no explotar. Han pasado más de tres años pero la culpa de tu infertilidad sigue siendo, oh sorpresa, tuya. Además de infértil por gilipollas eres, o se insinúa, una madre nefasta porque deberías estar alejándote de tu carrera para criar. Pero, sobre todo, eres gilipollas por ser infértil. ¿O era al revés?

Ocho de marzo y esa persona me ha mandado un Whatsapp para preguntarme si iba a la manifestación de esta tarde. Educadamente le he dicho que no podía, que tenía mucho trabajo pendiente. Me ha caído entonces un chorreo sobre por qué, además de ser gilipollas por infértil, infértil por gilipollas y mala madre, soy una feminista nefasta. También me han caído unos cuantos memes y me he cagado un poco en la diplomacia, pero estoy mejor si me controlo.

“Un día como hoy debería servir también para hacernos reflexionar sobre lo que hacemos y lo que decimos. Tal vez juzgar si una madre trabaja mucho o trabaja poco es tan poco feminista como no ir a la manifestación, pero no seré yo quien juzgue. Nos vemos”. Y fin. Si no tenemos hijos somos lo peor, igual que si tenemos muchos. Si nos quedamos en casa para criar somos lo peor y si decidimos trabajar, también. Hagamos lo que hagamos lo hacemos mal, cuando lo que deberíamos estar es apoyándonos y no despellejándonos. Hasta el coño del ‘divide y vencerás’, de la falta de empatía, del patriarcado, de la infertilidad y de mil cosas más.

Para variar, en la foto salgo yo. Con mis mierdas, con mi desorden, con todas esas cosas.

Autor: Li

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  • Eres una madre estupenda, una profesional autoexigente, una persona sensata y reflexiva y una feminista consecuente. Yo te admiro mucho. Seremos gilipollas las dos, o será que hay epidemia de eso también.