El día más extraño de mi vida

Enviado por: Li octubre 21, 2017 1 comentario

El día más extraño de mi vida fue el viernes 13. Empezó siendo yo la preñada de atrezzo en el IVI y terminó (pedazo de spoiler) notando un golpe seco en mi interior y sintiendo, segundos después, como algo líquido empezaba a salir de mí. Vamos con los hechos. Advierto que esta entrada está escrita desde el hospital, a las 24h de parir.

Por circunstancias y festivos varios, había quedado con el gine el viernes 13 a primera hora en el IVI. No había vuelto desde el día que fui a la eco de alta gestacional y fue muy extraño ser yo la preñada de atrezzo en una sala de espera repleta de personas repletas a su vez de ilusiones y de miedos. Cuando era yo la que estaba en su lugar, sentía algo extraño al ver a las embarazadas: básicamente pensaba que les hacían ir para que las demás pensáramos que sí, se consigue. Yo fui una de ellas.

Después tuve monitores y un tacto. En el tacto, mi amigo Dionisio (mi cérvix, os recuerdo) estaba missing y aparecían algunas contracciones que yo no notaba para nada, así que me dieron órdenes estrictas. Si rompes la bolsa, manchas o tienes contracciones, al hospital porque con ese cuello no habrá mucho margen para dilatar. Señor, sí señor. Creo que ya he contado que soy muy disciplinada.

Con toda la calma de un viernes que viene antes de un finde en el que teníamos que hacer un montón de cosas que nos faltaban para la llegada del bebé, aproveché que ya me podía poner de parto para irme de paseo hasta la parada de taxis en lugar de llamar, sacar pasta y tomarme una ensaimada y un café descafeinado en una cafetería de esas de chinos que tienen azulejos hidráulicos de imitación y muebles rollo industrial vintage.

Me acabé el café y me subí en el taxi. A mitad trayecto tuve sensación como de dolor de útero y me dije: «nada, esto es del tacto». Llegué a casa y me puse el pijama de arreglar, que es lo más parecido a mi uniforme de trabajo. Cuando me miré en el espejo, me di cuenta de que mi barriga había migrado al sur, como si fueran aves en busca del clima cálido. «Nada, esto es que la goma del vaquero tenía otro efecto», me dije.

Encendí el portátil y me puse a currar. A eso de las 11 empecé a notar bastante presión en el bajo vientre y pensé que era cosa de mi estreñimiento, así que seguí currando. Luego vi que esas presiones en el bajo vientre coincidían con las contracciones, que pasaban cada cierto tiempo y que también tenía dolor en la zona lumbar, que no había existido durante todo el embarazo. Vale, tenía contracciones rítmicas y con cierta intensidad. No eran las de Braxton Hicks que había tenido hasta el día anterior. Mantén la calma, me decía.

Le dije a V que si a las 12.30 seguía con contracciones, me iría en taxi a Urgencias para no hacerle a él salirse del trabajo para nada. Me tumbé un rato en el sofá y pareció que las contracciones se paraban, se lo dije. A los 10 ó 15 minutos, las contracciones volvieron algo más intensas pero más espaciadas. Volví a empezar a contar. Una contracción de un minuto cada 5 minutos, me habían dicho en preparación al parto. Yo llevaba casi 4 horas con una cada 3 o 3,5 minutos, pero seguía convencida de que muy de parto no estaba. Al final me convenció, vino a recogerme y nos fuimos al hospital con mi maleta y la del niño, convencidísima de que me mandaban de vuelta a casa.

Entré por Urgencias y me mandaron a monitores. Le expliqué a la matrona todo lo de mis contracciones, que me iban a mandar a casa, le recité de memoria el historial delictivo de mi cérvix Dionisio y me hizo un nuevo tacto y me conectó otra vez a los monitores. Mi gine estaba en ese momento en el hospital operando y dijo que mejor que me quedara ingresada. La matrona me dijo que no estaba de parto, pero que la dinámica de parto ya había empezado, así que tranquilidad y a ir aguantando las contracciones.

Me pasé la tarde en la habitación y cada dos o tres horas venían a hacerme monitores. Las contracciones eran cada vez más intensas, pero también más irregulares y el gine vino a verme otra vez antes de irse a casa y me dijo que si no me ponía de parto por la noche, que vendría a verme al día siguiente y veríamos qué hacer. Volvió a pasar la matrona, que me dijo que preguntó si pensaba que con los dolores que tenía conseguiría dormir. Le dije que ni de coña, porque las contracciones aún no eran de retorcerme, pero tampoco para quedarme frita.

No me trajeron cena, supongo que se les olvidó pautármela y cuando vino la matrona le pregunté si podía comer algo y me dijo que sí, así que cené algo de la máquina de vending, ya no sé ni qué era. En algún momento pasó la matrona que había entrado de guardia a presentarse y a enchufarme de nuevo los monitores. Llegados a este punto, ya me cuesta recordar el orden de las cosas porque una vez me pincharon el calmante para dormir, entendí lo que deben sentir los yonkis porque flotaba y la vida era una puta maravilla. Me quedé dormida y tan feliz.

Todavía debía ser viernes por la noche cuando estaba dormida y noté un golpe seco dentro de mí. A continuación una contracción dolorosa y a los pocos segundos un chorro de líquido que quería huir de mí. Fui al baño con las piernas casi cruzadas, como una niña pequeña que no quiere hacerse pis en el cole. Obviamente no era pis, era líquido como rosado. Pulsé el botón del comunicador y, cuando contestaron, les dije: «acabo de romper la bolsa». Y con eso, terminó ese viernes.

Lo que pasó el sábado lo puedes leer aquí

(La foto es de las vistas desde nuestra habitación del hospital)

Autor: Li

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