Todas las familias tienen un mito o una leyenda que prácticamente pasa de generación en generación y que tiene como única razón de ser traumatizar a las personas. En mi familia, es la leyenda del bebé que sabía decir semáforo.
Cuenta la leyenda que había una niña que nació en junio y que, para la Semana Santa del año siguiente, ya sabía decir muchas cosas. Sabía decir el nombre de un montón de productos de la cocina, llamaba por su nombre al mejor amigo de su padre y cosas de esas. Unos meses después, antes del año, ya decía ‘semáforo’. ¡El bebé decía semáforo!
Eso condicionó cómo aquella familia veía a los niños que vinieron después del bebé que sabía decir ‘semáforo’. Llegaron primos y todo el mundo se preguntaba cuándo hablarían, cuándo sabrían lo que es un pimiento y, claro, un semáforo. Llegó su hermano, que también nació en junio, y en su primera Semana Santa, allí estaba su abuelo esperando unas primeras palabras que no llegaban. Y el pobre pensaba que su nieto tenía algún problema de desarrollo porque no sabía decir todas aquellas cosas tan sofisticadas. Spoiler: el niño no tenía ningún problema.
Ahora llegan las siguientes generaciones y el trauma continúa. ¿Aún no habla? ¿Cuándo dirá algo? Le tocará hablar a los ocho meses, ¿no? Y por mucho que expliquemos que cada niño lleva su ritmo y que hablará cuando tenga que hablar, siempre están ahí, presionando, esperando que alguien bata ese récord familiar de la niña que recitaba la lista de la compra a los 8 meses y decía ‘semáforo’ antes del año.
La niña era yo. Y me sopla a qué edad diga nada mi hijo. Tampoco me han dado un premio Nobel ni soy especialmente inteligente. Eso sí, no me he callado desde entonces. Dejad a los bebés hacerse mayores a su ritmo, por favor.
Otro día hablaremos de esa manía que tiene la gente de vivir su vida a través de los éxitos de sus hijos, como si el hecho de que su hijo o nieto cague siempre más que los demás les haga mejor persona y como si eso no fuera un ejemplo nefasto para educar a la criatura, ahí apostando por la competitividad desde la cuna.
En la foto, Vampirito, que realmente es un ninja en el arte de aporrear juguetes. Si eso contara en la meritocracia lactante…
Muy bien dicho!!!! Uno de mis grandes retos como madre, es no caer en esas guerras competitivas idiotas y sin sentido q no hacen bien a nadie. Espero conseguirlo.