-Kids on the radar for you yet?
-Ooh, no. No, I… Tom wants them, but… No. If it was up to me, we’d just get them out of a vending machine like everything else in Japan.
– Like what?
-Uh… edible underwear.
-Come on!
-Yeah.
Es una conversación del último capítulo de Halt and Catch Fire, mi serie favorita (del momento) junto con Homeland, pero es una conversación que perfectamente podía haber tenido yo con cualquier persona hace unos años. Algo en plan «hijos ahora no, pero buff si depende de mí, cuando te los traigan de Amazon» (ojo, no hablo de comprar bebés, ehhhh).
El otro día, cuando veíamos el final de la tercera temporada de Halt and Catch Fire tirados en el sofá y con el desapacible resacón de Nochevieja, me recordé a mí misma en esa escena, cuando mis jefes, amigos o familiares preguntaban sin mala leche que cuándo íbamos a tener hijos y yo pensaba en todas las cosas que tenía que hacer, todos los conciertos que tenía que ver o todos los países que tenía que visitar.
Y anoche, cenando con dos amigos hombres, les contaba que lo que hizo que decidiera ser madre fue que me dijeran que no podía serlo, porque yo soy así de chunga y de picada conmigo misma, así que volví a acordarme de Cameron (la protagonista), de las máquinas de vending japonesas y de las cosas que no te importan hasta que un día empiezan a importarte.