El otro día me contaba una compañera de trabajo que está embarazada de unas pocas semanas más que yo que tenía muchas ganas de saber el sexo del bebé para empezar a darle una identidad propia. Una vez más, sentí envidia. Un embarazo natural en la edad que toca, todo el optimismo del mundo la certeza de que todo irá bien.
Yo soy incapaz de pensar en que esa cosita que teóricamente crece en mi interior tenga un nombre, una identidad o una cara. Me da pánico crear vínculos. De hecho, creo que con la infertilidad he desarrollado el superpoder de un distanciamiento exagerado y a veces megaparanoico. Me paso el día diciéndome a mí misma que no tengo tripa, que no noto ningún movimiento del feto (incluso llamarle bebé me parece demasiado cercano). Me visto de manera que no se note nada que estoy embarazada (el tamaño de mi nano-tripa me lo permite y lo de las tetas es cuestión de disimularlo con camisetas negras). Debo decir que la placenta previa tampoco ayuda. Si llega el momento de tranquilidad respecto al crecimiento del feto, empezará el de preocupación por los posibles sangrados y, la verdad, no mola nada.
El tema es que hoy mi madre me ha mandado un mensaje preguntándome si ya notaba a Mini V. En primer lugar, todo el mundo da por hecho que el niño se llamará como su padre, pero ese es otro tema. En segundo… Si nosotros no le hemos puesto nombre, ¿por qué se lo ponen los demás? Que por un lado no me importa, pero por otro lado veo que yo soy completamente incapaz de ponerle un nombre, de darle una identidad. Y la razón está clara: porque tengo pánico a establecer vínculos y que la cosa salga mal. Cosas de infértil.