Hace unos meses decía que nunca había sentido tanto miedo como durante el embarazo y, la verdad, no tenía ni puta idea. En general, soy una persona fuerte. Tengo miedos irracionales a las avispas, a las muñecas de porcelana y a los ginecólogos, pero en general soy fuerte y no me asusto. Decía entonces que la infertilidad me había hecho vivir con el pánico de no volver a tener nunca una oportunidad porque a día de hoy sigo sin explicarme la carambola que hizo que me quedara embarazada en mi primera FIV (supongo que es la suma de los premios que no me tocaron nunca en los Phoskitos ni en los paquetes de Matutano). Pero claro, yo soy yo y las cosas no podían ser tan fáciles porque la vida, señoras y señores, nunca lo es.
En mi caso el más difícil todavía es un cuello del útero tan disfuncional como servidora. Él, mi cuello, está tuneado después de una conización en la que me tuvieron que quitar un buen trozo (alrededor de 1cm). La parte positiva de toda esta historia es que el médico lleva desde el principio del embarazo siendo la sombra de mi cuello miserable, mirando cada vez cómo iba todo… Hasta que empezó a preocuparse. Hoy hace un año de la conización y ayer volvimos al mismo hospital, casi a la misma hora, para hacer la operación contraria: cerrarlo para que no se me escape la vida, casi la misma vida que el año pasado teníamos que proteger quitando aquello que terminó en carcinoma. La vida tiene estos ciclos tan cabrones. Un año entras en un quirófano para no terminar mal tú y 364 días después, entras para proteger la vida que, milagrosamente, llevas dentro.
Cuando decía, embarazada de menos de tres meses, que nunca había sentido tanto miedo, de verdad que no sabía lo que venía por delante. Yo, que llevo meses trazando todo tipo de barreras entre mi feto y yo. No tiene nombre, no le hemos comprado nada, seguimos usando su posible habitación como trastero (aunque menos). Pero le vimos la cara. No tiene nombre, ni cuarto, ni ninguna posesión, pero cada vez que vamos a la consulta nos enseña un trocito de su cara y solo eso basta para hacer que me acojone hasta el día del juicio final, o al menos hasta dentro de cuatro semanas, cuando el bebé ya será viable. Si pensaba que el miedo era decir adiós a una cosita de varios centímetros, alguien me tendría que haber hablado del temblor de piernas cuando esa cosita llega a los 30 cm, te da los buenos días con un poco de parkour uterino y tiene ya su propia cara. Entonces te cagas viva.
La viabilidad es un concepto que, de repente, entra en tu vida mientras estás tumbada en una cama con una bata verde de esa fibra rara con la que hacen los manteles de los bares de menú y te estás pegando a la cama por culpa del betadine con el que te han embadurnado la espalda para ponerte la epidural. Esta vez el médico no viene con el pijama de quirófano, ahora hace un año y nos conocemos más. En el quirófano ya me había dicho que el cerclaje había ido bien, pero cuando subió le hice unas cuantas preguntas sobre el reposo. Cuando alguien repartió la virtud del término medio, yo debía estar meando. O me vengo arriba cada vez que me encuentro bien (el mismo día del cerclaje, con el cuello de 2,5 cm caminé media hora para que me dieran la autorización en mi compañía por no pedir ayuda ni coger un taxi) o me encierro en casa y no muevo ni un dedo. Necesitaba que me explicara qué tengo que hacer y que hubiera testigos. V es un millón de veces más tranquilo y calmado que yo y siempre me va bien que me dé el contrapunto sereno a mi visión catrastrofista de la vida. Me dijo, básicamente, que debía seguir exactamente igual que hasta ahora. Vida tranquila en casa y nada de esfuerzos. Aquí mi autoengaño y mis monólogos interiores me dicen que ir a Mercadona (a unos 7m de casa) y cargar sandía, paquetes de leche y cosas de esas que pesan 1 kg o ir a la farmacia (a 15m de casa) a por vitaminas no es ni caminar ni hacer esfuerzos. Por eso necesito de vez en cuando una amenaza y/o un rapapolvo. Nos explicó que ahora lo importante es llegar a la semana 28, que es cuando el niño será viable, pero eso solo lo dijo después de que yo le interrogara sobre el reposo. El hombre no tenía, de verdad, ninguna intención de amargarme el fin de semana.
Me quedé analizando el término viabilidad mientras pensaba que ya era hora de llamar a mis padres, de viaje en Italia, para decirles que el día anterior les había mentido como una adolescente que dice que se va a dormir a casa de una amiga y se pone una falda de 15 cm para ir a un festival con el rollete del instituto. Me sentí fatal todo el día porque mentir no me gusta y se me da como el culo. Hola, papá, aquí estamos de puta madre todos. Pasadlo bien, el cuello bien, os mando fotos del bebé. A una amiga le mordió un mono en Kenia y todos le ayudamos a conseguir que le pusieran la vacuna de la rabia sin que se enteraran sus padres. Les confesé a mis padres (cómplices de mi amiga en el tema del mono) que les había hecho una del mono al omitir que me operaban al día siguiente, pero no tenían tiempo material de llegar al hospital a la hora que me operaban. Lo entendieron. Lo siento, divago. Volvemos a la viabilidad. El concepto en sí es tan frío que acojona. Yo soy fría y mi feto no tiene nombre, se llama feto o bebé los días que me ha pegado muchas patadas y dejo que ese vínculo que se crea entre ambos parezca un vínculo de verdad y no una línea que yo, asquerosamente racional, no quiero ver hasta que sea viable. Viable, como un negocio, como los ‘potenciales’ que les explico a mis clientes: este canal es mucho más susceptible de general clientes potenciales. Todo este mundo del embarazo y de la maternidad está revestido de un lenguaje tan sentimental y tan dulcificado que la viabilidad me suena a tecnocracia. Por suerte, mi médico siempre rompe el tono diciendo a mi familia que mi cuello del útero es una boñiga. No quiero imaginarme lo que les hubiera dicho si no lo hubiera operado él. Por eso me cae tan bien el hombre.
(La foto es de ayer. Un día explicaré que siempre llevo las uñas de los pies pintadas en tonos de verde, pero no el porqué, porque no lo tengo). Otro día hablaré también de las amigas (madres o no) que te dicen sin parar aquello de «estás embarazada, no enferma» y no entienden que el riesgo de parto prematuro no es un puto unicornio, sino una amenaza real. Ya he llorado bastante escribiendo este texto, no tengo ganas de acabar con ardor de estómago.
[…] ya me dijo que estaba reduciéndose y había que intervenir. Primero reposo y medicación, luego el cerclaje y, desde entonces, más medicación y más […]
[…] ganas de llorar, ha sido como si toda la tensión de los últimos meses saliera de repente. Pasé mucho miedo las primeras semanas hasta que pasó la semana 28 y el bebé empezó a ser viable, pero en estos […]