Hoy hace un año de la transferencia de Vampirito y voy a hacer lo que no hice en su momento: contarlo. Se supone que la transferencia es un día muy especial y muy feliz, pero cuando sólo tienes un embrión la sensación de presión es brutal. Solo tienes una oportunidad y nada puede fallar. La vida, tus esperanzas, solo a una carta.
Vampirito tenía DGP, así que pasaron casi dos meses desde la desde la punción hasta la transferencia porque me vino la regla muy pronto. Eso fue en diciembre. Tuvimos que dejar pasar esa regla y la de enero para empezar a preparar el endometrio. Gracias a mí farmacéutica de referencia encontramos Evopad, que en esos momentos escaseaba, y empecé a ponerme parches con la regla. El endometrio fue engordando muy bien (creo que llego a 11 en la última eco) y programamos transferencia. Mi médico, que es muy majete, intentó venir a hacerme la transferencia él pero el día que él podía, no le daban quirófano, así que otra vez a la aventura de irnos a IVI Valencia sin conocer a nadie. La primera vez había salido bien.
Ya conté en su día que nos tomamos esto paso a paso y como un videojuego, así que la primera etapa era que descongelara bien el embrión. Aquella mañana, VPadre se fue a la fábrica y yo me fui a la oficina para intentar trabajar con toda normalidad porque hasta las 14 no teníamos que estar en Valencia. A media mañana me bajé a tomar un café con una amiga y recuerdo que almorcé un bocadillo de jamón por si por si había suerte y era el último bocadillo de jamón que me tomaba en una temporada. También recuerdo que me tomé un café descafeinado que seguro que tenía cafeína. Estando allí recibí una llamada de un número que empezaba por 662 y los 662 siempre eran del IVI. Un embriólogo muy majo me dijo que el embrión estaba descongelando perfectamente y que fuéramos hacia allí. Fase 1 superada. Es curioso cómo recuerdo todos aquellos detalles.
Me fui hacia casa para tener el tiempo justo para darme una ducha y ponerme el mismo vestido que había llevado el día de la punción, de la beta y de las primeras ecos. La gente del IVI debía pensar que no tenía más ropa, pero es que me pegó por la superstición durante el tratamiento.
Recuerdo la hora de camino de ida como un viaje llenísimo de ilusión, presión y expectación.
Al llegar, estuvimos un ratito en una sala de espera hasta que nos dieron habitación porque todavía hacían las transferencias en quirófano normal. Me puse mi camisón de lunares y me bajaron al quirófano, al mismo donde me habían hecho la punción y con el mismo ginecólogo. Como soy muy meona, en lugar de aguantar 2 horas el pis, decidí llevarme una botella de agua para el camino y ese fue el contenido de mi vejiga. Menos mal.
El tema empezó a torcerse cuando el gine que me estaba haciendo la transferencia me pregunto si tenía cirugía cervical y le dije que sí, que llevaba una conizacion. Empezó a volverse un poco loco mirando si la conización estaba en mi historia pero le expliqué que la intervención me la había hecho hacía tiempo el mismo ginecólogo que me llevaba el tratamiento así que sabía perfectamente lo que había. A la sensación de presión se sumaba otra muy extraña, como si hubiera copiado en un examen. El pobre no conseguía llegar al útero porque la entrada de mi cérvix está totalmente deformada y la cánula no entraba. Tuvo que llamar a otro compañero que estaba terminando una transferencia en ese momento y que llegaba fresco. El segundo ginecólogo tuvo muchísima paciencia, probó con una cánula mucho más pequeña y poco a poco consiguió que entrara. Dispararon a Vampirito y me dieron las dos fotos, el embrión y el embrión en el útero. En total fue casi una hora aguantando el pis y sin saber que el embrión se podía volver a congelar si había algún problema con mi cérvix. Saber eso me hubiera ahorrado mucho sufrimiento.
El momento que tenía que haber sido tan especial, fue duro y lleno de incertidumbre así que no lo disfruté. No lo disfrutamos. Teníamos el plan de quedarnos a comer por allí, pero nos fuimos directos al coche. De camino, no hacía más que leer el librito de instrucciones que me habían dado con los consejos para después de la transferencia. Tenía hambre pero no tenía hambre. Ahí estaba Vampirito, que en aquel momento era todavía Protobichejo, y yo que no sentía absolutamente nada especial. Por supuesto también me sentí culpable por eso. Llegamos y acabamos entrando en Lidl a las 17 a comprar pasta fresca. Llevaba sin comer desde el bocata de jamón de media mañana.
Así que el de mi transferencia fue un día lleno de angustia. Me flipa recordarlo todo tanto y sobre todo, me flipa escribir esto mientras aquel protobichejo duerme en el sofá. Ojalá todas las transferencias terminaran así de bien.
Ojalá que si, ojalá todas terminaran así de bien. La verdad es que es un camino duro y nada fácil, un poco caca todo pero merece tanto la pena que ¿cómo no te vas a lanzar?
Vampirito es precioso y 1 año después está ahí, con vosotros.