No pretendo, en absoluto, que este post suene a pataleo ni a protesta. Tampoco a ninguna necesidad de justificarme. Básicamente tengo un montón de cosas pendientes para este blog, el de Víctor y el otro, el personal, que estoy preparando, pero la logística (una vez más, la logística) de los días de adaptación a la Escoleta se me está complicando un poco.
Ahora es cuando suena música de circo y el jefe de pista anuncia el más difícil todavía: ¡Adaptación de 15 a 17h! ¡Aluvión de curro! ¡VPadre en cama con migraña! ¡Suegros inutilizados porque están pintando su piso! ¡Mañana vendo mi coche y hasta la semana que viene no tengo el nuevo! Y todo esto solo es viable porque mi madre se está pegando palizas épicas para cuidar a Vampirito. El vacío real cuando el niño vaya a la Escoleta todo el día lo va a tener ella.
En todo este maremagnum, me doy cuenta de lo mucho que me echo de menos. Y a VMarido (VPadre y yo nos vemos a diario). No es que nos eche de menos porque la mapaternidad haya acabado con nuestros ‘yo’, sino porque vivimos sepultados por una montaña de obligaciones y de trabajo. La misma montaña que había antes, pero más grande por todas las tareas, responsabilidades y cuestiones relacionadas con Vampirito. Y que aunque vivamos acojonados por el terremoto financiero que nos va a suponer la reforma (no somos de ese tipo de gente que se endeuda por encima de sus posibilidades, la ansiedad viene porque estamos acostumbrados a ahorrar cada mes y con la nueva estructura de gastos no vamos a poder cerrar todos los meses con saldo positivo), igual es el momento de aprovechar las vacaciones de VPadre en octubre para irnos tres días con el niño a algún sitio amable y próximo.
A mí me sientan muy mal los cambios y creo que hemos elegido unos pocos meses para hacer demasiados. Entre tanto cambio, veo la vida pasar y no tengo tiempo ni a pararme a escribir sobre ella. Mi blog, en realidad, no es más que algo para que, de mayor, Víctor entienda (si lo quiere entender) lo que supuso para nosotros su llegada, el tratamiento para hacerlo posible, la incertidumbre de no saber si alguna vez seríamos padres. Ahora pasan las cosas y no encuentro el hueco para sentarme a plasmarlo. Dentro de nada se me habrá terminado de olvidar cómo era de recién nacido (benditas fotos), ni el balance de su primer verano, ni la primera vez en la piscina o en la Escuela Infantil, ni cómo están siendo estos días de miedos e inseguridades, ni las guerras para que el pobre gateara. Una vez más, siento que el trabajo y la logística nos lo roban todo.
La foto es de ayer, mientras Víctor apuraba los últimos días de morera en pañales.