El viernes tuvimos nuestra primera tutoría con la maestra de Víctor. Esto de la maternidad también tiene de divertido que vas viviendo primeras veces de un montón de cosas. Al niño le costó bastante adaptarse a la Escoleta y cada vez que está unos días fuera (blame it on the viruses and the holidays) vuelve a ser todo un poco loco pero, por lo demás, nuestra sensación era buena. La tutoría tenía para nosotros una función extra. Hace unas semanas boicoteó la revisión de los 18 meses del neuropediatra y con boicotear me refiero a que literalmente no hizo NADA de lo que le pidió y de lo que hace todos los santos días en casa. Por suerte, nos dijo que como le veía bien y, según nosotros, es uno más en la Escoleta, que no nos preocupáramos y que lleváramos vídeos en la visita siguiente. En la tutoría nos reiteraron que hace todo lo que tiene que hacer a su edad y que no ven ningún problema. No sé cuándo cerraremos esa etapa de preocupación, pero poco a poco se va disipando. Menos mal.
El tema es que nos explicaron que lo que más le había costado a Víctor era acostumbrarse a ser uno más, que él estaba acostumbrado a ser el centro del universo. Ojo que nada de esto nos lo dijeron a malas ni como ningún reproche, fue una conversación franca y amable en todo momento. Nos preguntó si, además de ser el primer hijo, era el primer nieto. Lo es. No seguí dando detalles, pero es el primer nieto, el primer hijo de padres relativamente viejóvenes, un niño que tardó casi cuatro años en llegar y que tuvo que pasar las doce pruebas de Astérix solo para nacer. ¿Cómo coño no va a ser el centro del universo? Es el centro de mi galaxia y me temo que lo será siempre porque, ya lo dije, no habrá otro.
Pero lo importante es que le ha ido genial estar con otros niños, respetar los tiempos, aceptar que no siempre está mamá o la abuela para acudir rauda y veloz si se le cae el chupete o si decide que tiene sed (digo decide porque no siempre tiene sed). Nos dijo también que es un niño muy espabilado y muy exigente, que eso hace que sea muy importante marcarle límites porque acaba ingeniándoselas para conseguir lo que quiere a base de insistencia o (atención) de saber qué tiene que pedir a cada persona. Nos hablaron de disciplina positiva y de lo importante que es educar sin cabreos y sin gritos, pero con firmeza. Todo esto dejando claro que el niño se porta bien y todo, pero empieza a sacar el carácter y a exigir que se le atienda cuando él decide. Por supuesto, no le hacen ni caso y no pasa nada.
Volvimos a casa un poco desorientados con todo porque la vida siempre nos pilla con el pie cambiado. En el caso de Víctor todo son cosas que se suman. Le sienta fatal romper la rutina, le sienta fatal cambiar de horarios. Se junta todo, se queda sin rutina, se vuelve loco, está más exigente, más irritable, nosotros estamos más cansados… Y así una pequeña espiral de locurina (neologismo) doméstica. Cuando llega o muy cansado o muy descansado (putas siestas vespertinas) al final del día, se convierte en un gremlin incontrolable y, entonces, necesitas disciplina positiva y transplante de cerebro para no perder los nervios (eso lo logramos) pero, sobre todo, para ser capaces de mantener cierta firmeza. Y repito, cierta. Supongo que todo esto es una parte más de esta vida de madre funambulista que solo aspira a terminar el día sin haberse despeñado
En la foto, Víctor en plena desincronización horaria del finde: haciendo la siesta a las 11.30