2019 fue un buen año que se torció. Terminamos el año agotados, sobresaltados y al borde del ataquito de ansiedad cada dos por tres. Quizá por eso, diciembre fue un mes de pensar. Me vinieron genial las vacaciones de Víctor padre porque pudimos hacer algo tan básico como, oh sorpresa, hablar. Y no me refiero a preguntar qué tal el día o anunciar que esa noche se cena brócoli. Me refiero a hablar, de cosas, de planes, de cómo funcionar mejor. Aquel post del rutinismo sintentizó gran parte de la angustia de esos meses en los que la logística y el agobio se lo comieron todo.
La terapia y las vacaciones me han venido muy bien para tener claras ciertas cosas:
Y, con todo eso, llega el tema de las rutinas, que nos da la vida. Aunque estas Navidades han sido de horarios locos, lo cierto es que empezamos a notar, por fin, que Víctor sigue unas rutinas y que, incluso después de un par de días de jet lag, vuelve sin problemas a sus horarios. Eso sí, son frágiles. A las 20.30 ha de estar cenado y duchado para estar dormido a las 21. En el momento en que algo se retrasa, le cuesta más dormirse y todo se va un poco a la mierda, pero siguiendo esos horarios empezamos a ver un poco la luz. Es decir, que nos han llamado locos y control freaks por insistir tanto con las rutinas pero es lo que nos está permitiendo empezar a respirar. Nos queda una asignatura pendiente y es dejar las cenas medio preparadas para garantizar que Víctor cena a su hora. Cuando tengamos eso y consiga sincronizar lavarme yo el pelo con sus baños (así lo hacemos juntos), habremos desbloqueado el logro máster total.
Controlar mejor las tardes y noches nos está permitiendo también empezar a mejorar las mañanas. Menos descontrol, menos «quiero jugar», desayuna mejor, nos cuesta menos salir de casa… Centrarnos ahora en agilizar las mañanas es el trabajo una vez hayamos terminado de organizar bien las tardes. De media, estoy empezando a trabajar 45 minutos antes que las semanas previas a Navidad. Eso implica menos trabajo en fin de semana y, sobre todo, menos ansiedad. Y si he de trabajar el fin de semana, como me va a pasar este, es porque lo he planificado porque me interesa y no por haber llegado al viernes con la lengua fuera.
Y hay un tercer logro que, para nosotros, es un hito. El día de Reyes, Víctor no hizo siesta. ¡No hizo siesta! El niño que se quedaba frito estando de pie a las 19 horas no necesitó la siesta. A las 20 se durmió y casi hasta las 8 del día siguiente. Aunque tuvimos que montar bastante dispositivo para que no se durmiera (nada de carro ni de coche en toda la tarde y bastante entretenimiento), aguantó muy bien. Ahora sabemos que esos días de mucho ajetreo lo podemos aguantar siempre que no pretendamos meterlo en el coche antes de las 20h, porque eso implica KO y ese KO implica toque de corneta a las 5 de la mañana.
Pero bien. Al mismo tiempo que te alegras de esos pasitos que da hacia ser un niño, te da una pena enorme que aquel bebé se esfuma. Eso sí, sigue siendo Vampirito, ya no por la avidez con la que buscaba mi pecho (lo hace menos) sino por lo mucho que odia la luz cuando quiere dormir. Yo duermo con antifaz hasta cuando está la persiana bajada.
La foto es del lunes, en la playa, de paseo para que no se durmiera.
Mi enhorabuena. He suspirado de alivio al leerte.
No paran de decirme que los peores son los dos primeros años y que al tercero llega la luz. Ojalá sea todo un poco más fácil a partir de ahora.