Todavía tengo el corazón hecho pedazos por haber cerrado la etapa de la escuela infantil sin haber podido llegar a despedirnos. Todavía recuerdo cuando, el último día de clase antes de aquel teórico parón de 15 días, publiqué un post en Instagram lamentando lo mucho que Víctor echaría de menos una rutina que nunca volvió. A algunos de sus amiguitos, por suerte, ha podido verlos. Aún me rompe el corazón cerrar una etapa tan bonita y tan feliz de la vida de mi hijo como si saliéramos por la puerta de atrás, casi a hurtadillas.
En esa situación de desconcierto nos tocó enfrentarnos al proceso de buscar cole nuevo. En realidad no hubo una búsqueda como tal porque teníamos ya dos favoritos en nuestro barrio, pero sí es cierto que nos hubiera gustado poder ir a las jornadas de puertas abiertas y poder hacer un montón de preguntas y ver el ambiente general del colegio. Pero en la era de la Covid-19 no hubo puertas abiertas, sino vídeos y power points en los que no tienes ninguna capacidad de preguntar. Por tanto, terminamos intentando decidir entre las dos opciones que habían sido nuestras favoritas en todo momento.
Tuvimos en cuenta prácticamente los mismos criterios que cuando elegimos la escuela infantil excepto uno: nuestra comodidad. Cuando escogimos la escuela infantil sabíamos que no era precisamente cómodo para nosotros, o más en concreto para mí, porque tenía que depender de coche todos los días, así que ahora sabíamos que queríamos una escuela a la que Víctor pueda ir andando y que tenga cerca parques donde poder jugar con sus amigos al salir del cole si es que eso vuelve a hacerse algún día. Hemos elegido barrio. Nos compramos el piso en este barrio pensando justamente en que Víctor creciera aquí y no tendría ningún sentido sacarlo para llevarlo al colegio a otra zona. Y si yo me paso otros cuantos años comiendo un sándwich de mierda en el coche entre reuniones y recogidas, me pego un tiro. Nuestra salud mental, a estas alturas, nos preocupa casi tanto como la educación de nuestro hijo.
También queríamos que no fuera una escuela grande porque, si algo lo hemos disfrutado mucho de los años en La Lluna, ha sido el ambiente familiar, así que de los dos coles que más nos gustaban, preferíamos el que tenía una sola línea. Pero, siempre llegan los peros. En la Comunitat Valenciana se sigue haciendo un sorteo por letra para desempates y, con el resultado de este año, el apellido de Víctor quedó al final de todo, así que ese mismo día ya supimos que, de los dos coles que no nos gustaban, no había ninguna posibilidad en el que solo tiene una línea. Era totalmente imposible entrar cuando por delante de ti van todos los niños que tienen más puntos que tú y, gracias al sorteo, todos los niños que tienen los mismos puntos que tú. Muy justo eso de que un Gutiérrez siempre vaya a tener menos posibilidades que un García. Pero, como teníamos dos primeras opciones, no nos preocupó demasiado, la verdad.
Un poco en resumen… Buscamos que fuera una escuela que nos resultara cómoda, que tuviera un AMPA implicada y activa. También queríamos escuela pública y, en la misma línea que la escuela infantil, nos gusta cuando se trabajan elementos de cultura popular. Halloween ya está la tele y en los grandes almacenes. Por supuesto nos importaba la metodología: era imprescindible que no hubiera libros en Infantil, aunque todo el mundo nos dice que todas estas cosas son muy bonitas en Infantil pero luego todo se vuelve un poco más tradicional cuando empiezan en Primaria. Intentaremos disfrutar estos tres años de jipismo educativo, claro que sí.
También hay gente que ha tenido en cuenta otros factores como el instituto que te toca después, o concertados/privados para no moverte del mismo centro educativo en toda tu etapa escolar. Pero eso para nosotros no ha tenido ningún peso, de hecho, nos da exactamente igual y por la timidez de Víctor pensamos que será bueno que tenga que cambiar de ambiente. Aunque, de nuevo, nos contradecimos porque una de las mayores alegrías ha sido que coincidirá con dos compañeros de la Escoleta en el cole nuevo, uno de ellos en su propia clase. Ver caras conocidas será un bálsamo en la adaptación más extraña del mundo.
Así que mañana es el día de conocer a la tutora, todo pinta bien y todo se parece mucho a lo que queríamos: un cole público en el barrio donde la enseñanza se da fundamentalmente en valenciano, delante de un parque donde poder jugar con sus amigos cuando salga del colegio, sin libros, con ambientes de aprendizaje, una comunidad de familias implicadas y con gente conocida. Ojalá la experiencia sea, al menos, la mitad de buena de todo lo bueno que nos han contado de ese cole (que es mucho) y ojalá el maldito coronavirus nos permita disfrutar de la experiencia real de la Educación Infantil, aunque mejor ir preparándonos para que no sea este año. Esta vez me pillará con un plan B, un plan C y medio abecedario si hace falta.
En la foto, los dos Víctors el día que fueron a hacer la matrícula.
[…] era una cosa más o menos sencilla. Pesaban un montón algunos criterios objetivos que desglosé en una de las pocas entradas que escribí el año pasado en el blog y que, a su vez, eran casi los mismos que habíamos establecido para elegir la escoleta. Ahora, […]