Hace ya semanas, cuando empecé a preparar mentalmente el plan de contingencia para cuando nos encontremos otra vez sin cole para Víctor, casi todo el mundo de mi entorno inmediato me llamó exagerada. «Ya lo veremos más adelante», «Todo irá bien y los niños irán al colegio», «No adelantes acontecimientos» y otra serie de frases manidas que oscilan entre la condescendencia y el autoengaño. Siempre con buena intención, eso sí. La cuestión es que cada cual elige su forma de autoengañarse y la mía, control freak donde las haya, es tener la sensación de que controlo algo aunque toda la vida se me escurra entre los dedos. Si tengo la sensación de que controlo, de que tengo un plan B, afronto los imprevistos con mucha más serenidad. Si no tengo un plan, soy un pollo sin cabeza.
El invierno que viene por delante va a ser complicado. La pandemia no se irá por arte de magia ni los Reyes Magos nos traerán una vacuna que en 15 días haya inmunizado a todo el planeta y podamos volver a nuestras cenitas, nuestros abrazos (gracias por eso, Covid, los anti-tocar-personas podemos ser un poco felices), los viajecitos, las cañitas y (por favor, no) las reunioncitas que no se terminan nunca. Wishful thinking de pandemia pero, como he dicho antes, cada una se autoengaña como quiere. Yo soy de ponerme en lo peor, yatusabes si me lees habitualmente o si me conoces de algo.
Ya dije hace un par de meses que el confinamiento me arrasó. De repente te ves sola en casa con un crío que necesita atenciones, con un curro que necesita atenciones, con una casa que necesita atenciones y tú te vas distanciando de ti hasta no reconocerte. Hola, Lidón, si me estás leyendo no olvides que pienso mucho en ti, que te echo de menos, que espero que podamos volver a vernos y volver a reírnos juntas en algún momento cuando todo esto acabe. Ese será el nombre del enésimo libro que nunca escribiré. Cuando todo esto acabe no recordaré ni cómo me llamo pero aquí estará este post para recordármelo. En este contexto de ‘hola, me he perdido bajo un tsunami de trabajo, obligaciones y todo tipo de mierdas’ decidí que estaba cansada de dejarme arrasar. Puede que todavía vaya con manguitos, pero no me dejo llevar. Ya paso.
En uno de esos momentos de lucidez, monté el plan de contingencia. Como a mí el wishful thinking me va cero (muerte al wonderfulismo, claro) he sido consciente desde hace más de dos meses que no habrá cole. Al menos no habrá cole como nosotros queremos que haya cole y como nuestros hijos necesitan que haya cole. It’s the end of the world as we know it and I feel fine (Suena REM en mi cabeza). Seguir quejándome no sirve de nada porque la vida y los confinamientos que se avecinan cada vez que mi hijo tenga un atisbo de fiebre me volverán a pillar en bragas. Y a mí no me mola un duro que nadie me vea las tetas, la verdad.
Total, que me planteé qué puedo hacer. Poco, porque VPadre ha vuelto al trabajo, ya sin ERTE y sin vacaciones y sin historias y eso implica que esté fuera de casa de 7 de la mañana a casi 20 de la tarde. Con eso, con abuelos que son población de riesgo (sobre todo los maternos) y con un trabajo que me pilla ahora mismo a punto de pillar la ola de los últimos años, me quedo compuesta y con churumbel on fire. Paso de decir que mi hijo es intenso porque no me gustan nada las etiquetas, pero no es de los que paran quietos. Si se entretiene solo es porque está tramando algo o haciendo el mal. Hemos decidido que la tele ya no va a ser la solución. Así que necesitábamos (necesitaba yo, en realidad, Víctor está todo el día fuera y se entera de poco más que mi desquicio cuando llega a casa) un plan B con el que capear el temporal unos meses.
El plan de contingencia se basa en varias cosas:
Lo que no contempla mi plan de contingencia es mi salud mental. Claro que no. Nadie piensa en eso, huida hacia adelante y la supervivencia como plan ambicioso (suena Nacho Vegas en mi cabeza, claro que sí), pero en cada día me iré dejando un poco de mí misma. No hablaremos, porque total para qué, de mi carrera profesional, de mis aspiraciones, de la alergia que me da la zona de confort y lo mucho que estaba disfrutando estos meses de enfocar por fin mi carrera a pensar y dejar que hagan otros. Para qué. Para qué querer ser algo de mayor. El plan de contingencia no contempla la desigualdad. Me podré permitir seguir trabajando pagando con dinero y pagando con lo que queda de mí, porque esta mierda de desgaste irá a más. El otro día no podía empatizar más con ese grito de Silvia Nanclares en Smoda. «No nos dejéis solas». Me cae un lagrimón mientras escribo esto en domingo, otro domingo laborable por obra y gracia de esta conciliación de mentira que nos han vendido. Pensad un poco en nosotras. En que nos vamos a seguir yendo a la mierda porque, también como dice Silvia en ese artículo, estaremos allí para salvarles el culo. A los políticos y a las instituciones, digo.
No voy a seguir con esto porque hay muchísimas mujeres que lo cuentan mejor que yo y en sitios mucho más importantes. Leo y me engorilo. Lo siento por mis enlaces en rosa chicle que apenas se ven. Cuando sea mayor arreglaré este blog. Por el momento, he malgastado 40 minutos diluidos en 5 días para empezar y terminar este post y siento que merezco la muerte. Todo lo que salga del combo mágico currar y criar debería darme descargas eléctricas para volver al redil, claro que sí.
(La foto es de la caja, bastante antes de cerrarla y subirla al trastero. Manda huevos que la solución al entretenimiento de mi hijo para dejarme trabajar sea comprar porque la neurona no me llega a más (os recuerdo que soy un cyborg que cría y curra). Qué ganas de volarlo todo por los aires)