(Aviso. Hay escatología en este post)
Una de las cosas que más me ha preocupado casi desde el principio de los tiempos ha sido la alimentación de Víctor, exactamente igual que la nuestra. En casa huimos de ultraprocesados y evitamos el azúcar sin obsesionarnos y lo mismo hicimos con él: todo hecho en casa, nada de papillas industriales, los menos potitos posibles y bla bla bla.
Lo del BLWB (Baby Led Weaning Bastardo) se nos dio bien y pronto comió de todo. Como madre aplicada y después de consensuarlo con mi hijo (como si fuera capaz de tomar decisiones), optamos por mantener la lactancia. Todo muy bien y tal. Iba creciendo bien, comía bien… hasta que, ay, amiguis, llegó la escoleta y, con ella, el C.A.O.S.
Y no fue un caos porque coma mal allí, que tienen un menú super saludable, ni porque coma poco (es de los que siempre viene con el ‘bien’ en la agenda)… Es porque con la escoleta llegaron los virus y, con ellos, la inapetencia y las intolerancias. Total, que la curva de crecimiento de Víctor en peso, que no en altura, se ha ido a la mierda gracias a esos periodos en los que está enfermo y deja de comer. Què bonic.
Todo empezó con aquella gastroenteritis del infierno (unos 10 días hasta que volvió a estar todo bien) que coincidió con su primer cumpleaños. Después de la gastroenteritis tuvo una intolerancia temporal a la lactosa. La pediatra nos explicó que muy posiblemente, cada vez que se pusiera enfermo tendría también gastroenteritis y así fue gran parte del invierno. Así llegó el verano y la tregua de los virus (de principios de julio a principios de octubre). En esos tres meses de virus que podríamos haber aumentado bien de peso vivimos un verano de guarreo constante y otra vez cacas blandas (ya había dicho lo de la escatología) que desaparecieron cuando volvió la escoleta y comer ‘normal’ (es decir, sin ultraprocesados, sin azúcares, sin guacamole de Mercadona y sin mil mierdas).
Al mes de volver a la escoleta nos reencontramos con los virus, que volvieron en forma de bronquitis de baja intensidad pero tocapelotas. Nada de fiebre alta, niño casi normal… Pero inapetente. ¿Resultado? A los 24 meses el niño pesaba algo menos que a los 21. Y aunque la pediatra dice que no nos preocupemos porque parece que es su constitución (la de su padre, tirillas y patilargo) y las analíticas han salido bien, en un par de semanas (un mes desde aquella revisión) volveremos para que le pesen porque, si vemos que en tres meses sigue bajando, tocará ir al especialista.
Pues ver cómo ‘enriquecer’ la comida con calorías saludables (de ahí el nombre de la operación) y, lo admito, ser más indulgente con las guarradas aunque sin pasarnos. Consultamos este tema con la pediatra y con la nutricionista de la escoleta, que es también la madre de una compañera de Víctor. Las dos estuvieron de acuerdo en una cosa: los frutos secos son nuestros nuevos mejores amigos.
Hemos intentado meterle la mantequilla de cacahuete y de anacardo y parece que se resiste un poco, pero se las va tomando. Tenemos la nevera llena de tuppers con varios frutos secos molidos: anarcado, avellanas, almendras, nueces y pistachos que vamos espolvoreando sobre cualquier comida y con cualquier excusa. Hemos perdido el miedo a freír y hemos descubierto que Víctor se alimentaría a base de patatas y batatas fritas. ¡Le flipan! También le hemos dado la oportunidad de redescubrir los rebozados (again, pan rallado integral y almendra molida) haciéndole Nuggets caseros de merluza. Hemos hecho y congelado un montón de hamburguesas de carne o de legumbres con frutos secos y verduras. Hemos comprado leche entera por primera vez en mi años (kind reminder: sigue con lactancia materna) y así un millón de cosas. También le hemos dado algún petit suisse y polvorones sin azúcar, no somos seres de luz.
Por ahora va subiendo de peso muy bien, ha recuperado sus mejillas y tengo que empezar a quitar las gomas que pusimos en los pantalones que iba perdiendo. O sea que bien. Ahora vivimos con miedo a que venga otro virus y se lleve todo el trabajo por delante pero ver que ha subido tan bien de peso en estas dos semanas sin guarrear nos tranquiliza mucho y nos lleva a la siguiente pregunta…
¿Y si en nuestro empeño por hacerlo todo tan bien y darle una alimentación tan saludable lo hemos estado haciendo todo mal? La pediatra cree que no, su teoría es que es su constitución y que a lo largo de este año se pondrá en su curva genética. Podría ser, si los virus se comportan, que solo al ponerse menos enfermo tengamos menos episodios de inapetencia y menos picos bajos de peso. Podría ser, pero los virus son el fucking enemigo y no vamos a contar con ellos como aliados. No way.
También nos dice la pediatra (que es un amor, by the way) que los propios médicos se han puesto a veces tan pesados con la alimentación saludable que a veces nos vamos al otro extremo. Que no tengamos miedo en darle proteína dos veces al día mientras necesite subir peso (otro kind reminder: una hamburguesa de garbanzos cuenta como proteína, no estamos atiborrando al niño a panceta), que en la merienda le añadamos un cereal (está merendando fruta y sándwich de mermelada de cacahuete) que le reforcemos la cena con algo de arroz, pasta, quinoa o cuscús (vale, estas dos últimas no las dijo) y que vayamos viendo.
Todo esto ha sido una fuente adicional de estrés estos meses, pero sobre todo ha sido una fuente de inseguridades. Ya lo conté con lo de las expectativas vs. realidad. Resulta que queremos hacer lo mejor por nuestros hijos (darle hervido para cenar, por ejemplo) y resulta que, cosas de la constitución y del metabolismo de cada uno, el nuestro necesita más calorías porque con esas no llega. Algo tan simple como sofreír lo que has hecho al vapor y añadir una cucharadita de frutos secos puede aportarnos este extra de calorías que necesitábamos sin inventos de farmacia y sin petisuises de postre. Joder, ojalá lo hubiéramos sabido antes.
Y fin. Esto no es un post de recomendaciones porque no somos nutricionistas ni pretendemos serlo. Si vuestrxs hijxs tienen problemas de peso, consultad con su pediatra porque cada uno sabe cómo evoluciona y cuál es su historial. El nuestro es un tirillas, pero un tirillas sano y que ha crecido 6 cm en 6 meses y lo que vale para él no tiene por qué valer para nadie más.
En la foto, y porque yo no me avergüenzo de ser una madre-que-cocina (que a veces parece que las madres que hacemos croquetas tenemos que ser unas pringadas porque lo que mola de verdad es el pajareo) la comida de hoy: espirales de lentejas (sí, las de Mercadona) con pequeñas albóndigas caseras de garbanzo, zanahoria y pollo; un poco de queso parmesano, anacardo molido, un tomate rallado y un chorro de aceite de oliva (sí, virgen. Del pueblo, de hecho, de la cooperativa a la que mis suegros venden las aceitunas). No me ganaré la vida como instagrammer de comida, lo sé. ¿Le ha molado? Pozí. ¿Tenemos tiempo de hacerle tantas cosas caseras? Pues no, pero ahora mismo es prioritario y ese tiempo se quita de otra cosa. Del pajareo, por ejemploSorry por el tocharro. Apuntad otra cerveza o lo que queráis si leéis hasta aquí
Imagino que aunque crezca y esté sanote, los ratitos de preocupación no os los quitará nadie… Pero ojo: queriéndolo hacer todo bien lo habéis hecho BIEN, nada de todo mal. Quizás Victor necesitara más calorías, so what? Ya se las estáis dando y está mejorando. ESO es hacerlo bien, adaptaros a lo que vuestro hijo necesita en cada momento. No podíais anticipar el efecto de los p**** virus, no os fustiguéis que lo estáis haciendo genial. Y pedazo de menús os marcáis, tengo mucho que aprender jajaja. Me apunto la birra 😉