Esto de la maternidad tiene claros monstruos de final de fase que acojonan más o menos según como seas y según como vivas las cosas. Hace un año teníamos por delante un monstruo bicéfalo alimentado por esta repentina crisis del coronavirus: teníamos que elegir cole y teníamos que ‘quitar’ el pañal a Víctor. Afortunadamente, ninguna las dos fue para tanto. Ojalá tener una bola de cristal para restar algo de estrés a aquellos días tan espesos.
La elección del cole comenzó de algún modo el día que decidimos que íbamos a mirar pisos en dos distritos escolares, que eran los que tenían colegios públicos que nos gustaban. De alguna manera, todo se decidió cuando el niño apenas tenía 6 meses. Llegados a ese punto, la elección era una cosa más o menos sencilla. Pesaban un montón algunos criterios objetivos que desglosé en una de las pocas entradas que escribí el año pasado en el blog y que, a su vez, eran casi los mismos que habíamos establecido para elegir la escoleta. Ahora, analizados con un año de diferencia:
Pero todos esos criterios objetivos están bien porque nuestra experiencia subjetiva como familia está bien, porque el niño es feliz, porque su tutora es un amor, porque las familias con las que hemos coincidido son geniales. Es decir, si todo esto fallara, a lo mejor nos fastidiaría más que no se celebren las fiestas como Carnaval, que algunos días haya pizza y legumbres juntas o que hagan más fichas de lo que nos apetece.
Nosotros no tuvimos la oportunidad de ir a puertas abiertas. No había cole para darnos un paseo y ver cómo salen y entran los niños y las niñas, si van contentos, si al salir juegan juntos. No pudimos ver toda esa parte que, simplemente, te da o no te da buen feeling, dentro de que una impresión puntual siempre pueda terminar resultando equivocada. Digo todo esto porque hicimos depender la elección de cole de una serie de criterios objetivos que, a la hora de la verdad, solo tenemos en cuenta porque nuestra experiencia global es muy buena. Y lo que hace que esa experiencia global sea buena es principalmente la tutora, pero también la dirección, las familias, los compañeros. Nos ha tocado una clase genial, con una tutora y unos compañeros a los que Víctor adora y eso no depende de criterios objetivos ni de metodología ni de las proteínas vegetales del menú.
Una cosa que hice el año pasado para intentar tener en la medida de lo posible una idea de cómo era la experiencia de las familias, ya que no conocíamos a nadie, fue entrar en su web, en el Facebook de Ampa. Intentar ver lo que hacían, los comentarios de las familias, todas esas cosas que no te cuentan en el powerpoint que sustituyó a las jornadas de puertas abiertas.
Ese es, básicamente, mi consejo no pedido del día para quienes se enfrentan este año al proceso. Al margen de esos criterios objetivos que tenemos todas las familias y que pueden cambiar un montón entre una casa y otra, pensad en todas esas cosas que no te cuentan y que no se ven. Si conocéis a familias que están o han estado en el centro y os pueden hablar de su experiencia. Si veis a los niños y a las niñas entrar y salir contentos, si la persona que os atiende el día que vayáis (si es que os pueden recibir) os da buen feeling. Y, algo fundamental, no elegimos cole hasta los 5 años, sino hasta los 11. Pensar más allá de Infantil, aunque parezca lejos, también puede ayudar a decantar la balanza.
Y, sobre todo, ánimo. Este sistema de competitividad y manufactura de hijos e hijas perfectos nos hace convertir esta decisión, que claro que es trascendente, en una especie de momento crítico en la vida que determinará si va a ser o no una persona de éxito. Que en el cole no solo se aprende lo que está en el curriculum, sino un montón de cosas que no podemos cuantificar en listas y que también acaban determinando quiénes somos.
PD1- Actualizo poco, pero me enrollo que no veas
PD2- En la foto, Víctor con una de sus BFF el día de no-carnaval