Víctor lleva un mes terrible (Soy una cansina de cojones, pero esto es mi día a día ahora) y, por primera vez en este año, tengo la sensación de estar física y mentalmente agotada. Y sí, tengo mucha suerte de que este momento de cansancio no haya llegado hasta ahora. O tal vez sea que, en efecto, el cuerpo está preparado para olvidar lo malo, pensar que las crisis pasadas no fueron tan terribles como la anterior y que esta es realmente el apocalipsis para unos padres primerizos desbordados por los virus y por el trabajo.
A lo que me refiero ahora es que el propio cansancio nos hace magnificar las cosas, tomar decisiones incorrectas, tener menos paciencia. Víctor lleva más o menos un mes empalmando virus. El primero fue una fiebre de un par de días, sin problemas. Luego la gastroenteritis que lo tuvo una semana KO. Luego otra fiebre con gastroenteritis y, ahora que mejora, tiene mucha tos y duerme fatal. Todos, de hecho, dormimos fatal. En sí, no pasa nada. Mi cuerpo se acostumbra a todo, es un superviviente.
Con el primer virus piensas: «pues nada, a pillar el virus y un par de días en casa». Hasta te parece tierno. Llega la gastroenteritis, el tío pierde 700 gramos y empiezas a preocuparte. Noches con vómitos, con varios cambios de pañal y de no pegar ojo a la mínima que escupe el chupete. Parece que la cosa se tranquiliza. Otra noche con fiebre, con varios cambios de pañal y, aunque ves que esta vez tolera los sólidos y todo, ya tienes el cuerpo en guardia. La cabeza en guardia. Cae una hoja en el patio y te despiertas. Las ojeras te dan los buenos días y te mandan besis.
Empieza a mejorar de nuevo. Recupera el apetito, de hecho, come normal por primera vez en casi tres semanas. Le entra tos por las noches. Mucha tos. A veces, le entra la tos cuando se despierta porque ha hecho caca. Cuando se despierta, es la fiesta de la tos. Una hora de rave por el pasillo, por el sofá, por la cocina hasta que se agota y se duerme otra vez. Son las 5.30. En 1h20m suena mi despertador. Me meto en la cama. Tose, me despierto por si se desvela. Él no se entera, yo no pego ojo.
Así, te plantas en que, si tu hijo ha perdido 700 gr que le está costando la vida recuperar, tú has perdido más de 1 kg en el mismo periodo porque a veces ni te acuerdas de comer. Se te cierran los ojos, tiras de café, te pones nerviosa. El niño llora. No sabes lo que le pasa. Te pones más nerviosa. Maldices el puto café, pero te mueres de sueño. El niño grita. Solo quiere bracito. Estás tan cansada que te da todo igual y lo coges al bracito porque los gritos te llevan más al límite. Luego el niño solo quiere estar contigo, al bracito. La lía parda. Grita cuando llega su padre. Quiere bracito, mamá, teta como si tuviera 6 meses. Se calma, al baño con su padre. Se ríe después de un inicio complicado. Pijama y hacer un poco el ganso por la cama. En ese tiempo, me he tomado una valeriana y le he preparado la cena. Es casi una correlación. El niño en la trona. Se come tres cucharadas de papilla y luego las escupe. Grita. Quiere bajar. A jugar. Sigo estando demasiado cansada para tantos gritos, jugamos. Pero jugamos con el plato detrás y le vamos ofreciendo comida que se come como un pajarito, pero al menos algo toma. Llega nuestra hora de cenar porque no es posible preparar la cena para los 3 a la vez (me sé la teoría del BLW, en serio, pero dar de comer a un bebé que ha perdido el apetito NO es un mundo happyflower de compartir mesa y mantel). No quiere trona, quiere bracito. Casi no he comido, al menos he de cenar. El niño al bracito. Descubre que tiene más hambre pero quiere MI cena (que es la misma que la suya pero con sal). Le vamos quitando sal como podemos y le dejamos ir picoteando. Hemos descubierto una forma de darle de comer que nos pone menos nerviosos, si mañana no estamos tan agotados y somos capaces de sincronizarnos, lo haremos así, lo haremos bien. Mañana lo haremos ‘bien’.
Ese ‘mañana lo haremos bien’ es el pan nuestro de cada día cuando estamos agotados. Algunos días solo queremos pasarlos lo más dignamente posible. Sin vómitos, sin gritos, con algo de comida en el estómago a ser posible. Si conseguimos descansar y mañana pensamos con más claridad, lo haremos mejor. No habrá bracito a todas horas, ni cenar jugando, ni teta de chupete, ni engaños para cenar. No habrá yogur porque no quiere ni ver la fruta, no habrá cenas apresuradas porque la hora bruja se nos apodera.
Cuando estamos agotados y, para colmo, tenemos tendencia a pensar que no estamos haciendo las cosas bien, somos especialmente permeables a las críticas. «No le estás alimentando bien». «Ni se te ocurra llevarlo a la guardería». «Dale vitaminas». «Es que lo abrigas poco». «Tendría que tomar un biberón todas las noches». «Nada de salir de casa hasta que no esté recuperado». «Lo importante es que coma aunque no quiera»… Y podría hacer una recopilación de decenas de consejos no pedidos, bienintencionados pero totalmente desafortunados que hemos oído en las últimas semanas. Manda cojones que tenga que ir a la pediatra para preguntarle si tan mal estamos haciendo las cosas. Muchas veces, cuando más perdidos y más cansados estamos, es cuando menos consejos necesitamos. Un poco de confianza, un «todo irá bien» aunque los odie, un «¿En qué puedo ayudarte?».
Supongo que si estoy escribiendo esto es precisamente porque parece que empezamos a salir del círculo, del pez que se muerde la cola, del agotamiento de cada día y de la falta de perspectiva, pero hoy es viernes y es la noche que los virus atacan sin avisar. Veremos qué aventura nos encontramos este fin de semana.
En la foto, Víctor ayer en uno de los momentos de tregua le que dio la tos. No voy a revisar este texto. Es atropellado como mis días.
Te leo y parece que estoy escuchando la narración de los últimos meses de mi vida. En cuanto mi Bebesaurio entró a la escuela el septiembre pasado, cogió el primer virus, una gripe cualquiera, una semana sin salir de casa, cuidados, etc. Regresó a la escuela y cogió otro virus que se volvió infección: tos, vómito y diarrea, sólo quería la teta (como recién nacido) perdió kilo y medio. Se recuperó, tardó pero lo hizo, comenzó a comer bien (aunque sólo papillas), ganó un pelín de peso, volvió a la escuela y cogió un resfriado, se recuperó y ahora otra vez con tos…
Una de las mamás de los compañeritos de la escuela me dijo: “tranquila, es el periodo de adaptación, mi hijo estuvo así como seis meses, luego ya se les quita”… ¡Voy a la mitad y estoy que ya no puedo!, pero ya llegarán buenos tiempos, entre tanto, ¡fuerza y paciencia!