Pues de mi hijo, señora. Ya me dirá usted de quién van a ser
Víctor es un niño de ojos azules con padres de ojos marrones. Eso, que nuestra pediatra zanja con un sencillo «es un niño recesivo», para muchas personas (especialmente del género señora) es un Expediente X que merece, como no, un interrogatorio. «¡Pero si tenéis los ojos marrones!» o «Pues no recuerdo a nadie de tu familia con ojos claros». Esas son solo algunas de las cosas que nos tocan escuchar cada dos por tres. Siempre que me interrogan por los ojos de Víctor pienso en la cantidad de familias que tienen hijos con donación de gametos y que no tienen por qué contarlo. De hecho, creo que interrogar sobre esas cosas es, a día de hoy, casi tan imprudente como preguntar a una familia si va a tener hijos.
Mi hijo se parece mucho a mí, piel muy clara, rubiete y cara redonda. Tiene las pestañas y la forma de los ojos igual que su padre, pero sus ojos son azules. ¡Cómo osa a tener los ojos azules! ¡Debería ir por la calle con un árbol genalógico para explicar de dónde viene tal ultraje! A veces la gente no es tan directa. Ven los ojos del niño y luego notas una mirada como extrañada, que se va acercando cuando tú te quitas los ojos de sol. Una vez me bajé las gafas de sol y enseñé mis ojos marrones. «Que sí, que son marrones». «Los de su padre también». «El niño, que nos ha salido sueco». «No, no es adoptado, yo recuerdo haber estado preñada, la verdad…» Y así, ad infinitum.
Nunca he entendido ese empeño que tiene la gente de buscar parecidos desde que nace un niño o una niña. Joder, ¿y si no se parece a nadie? ¿Y si viene de una doble donación de gametos y no hay un parecido inmediato ni evidente? Cosas que nunca dejarán de sorprenderme