El lunes nos confirmaron que Víctor ha de llevar gafas. Eso, en sí, no supone ningún drama. La semana pasada le hicieron una revisión ‘por si acaso’ y le salió astigmatismo. Nos emplazaron a repetir con las pupilas dilatadas y nos dieron hora para el mediodía del siguiente lunes. Todo bien, los lunes nunca tengo reuniones. El jueves, oh karma tocapelotas, me confirmaron una reunión importante para ese mismo día y esa misma hora. Automáticamente, mi mente se planteó un dilema que no existía en el mundo real: ¿Era una madre terrible por no acompañar a mi hijo a la oftalmóloga o una profesional irresponsable que pide cambiar una reunión importante?
Mi primera reacción fue precisamente esa: pensar que estaría tomando la decisión incorrecta hiciera lo que hiciera. Ay, la culpa. No te preocupes por lo que decidas porque estamos socialmente programadas para sentirnos como el culo a la mínima.
La consulta de la oftalmóloga tampoco era la gran preocupación, pero sí la hora de antes y las gotas para dilatar la pupila. Conozco a mi hijo lo suficiente como para prever la que iba a liar (y lió) y que no era asumible por una persona sola, menos aún por mi madre. Pensé en dónde estaba su padre en toda esta película. En la fábrica, como siempre.
Cambié el plan. Pedí aplazar la reunión media hora, para que me diera tiempo de dejar al niño en la consulta con su padre. Iba a pedir a mi marido que saliera del trabajo un rato para acompañar a su hijo a la oftalmóloga, pero se ofreció él antes. Cuando la culpa me dejó ver las cosas claras, el dilema se había disipado.
En aquellos momentos de mierda, confusión y polarización, llegué a tener micropensamientos de esos que yo no suelo tener jamás: «¿Pero qué clase de madre no acompaña a su hijo al médico el día que le van a poner gafas». Y mi otra vocecilla interior respondía: «La clase de madre que tiene una pareja corresponsable aunque trabaje muchas horas». O «¿Qué clase de profesional pide cambiar una reunión por una visita médica de un niño?», a lo que mi voz interior respondía «cualquiera, darling».
Y así fue como, gracias a muchas horas pensando y viendo la vida desde fuera, ese día la culpa no pudo conmigo. Dejo claro que fue ese día. Otros muchos es otro cantar.
Spoiler: hubiera tenido tiempo de llevar al niño a la oftalmóloga y llegar a la reunión, pero ya que había bajado su padre de fábrica, entró él a acompañarle.