Una de las cosas que tiene el arresto domiciliario es que te pasas el día sola y con frecuencia pensando. Es complicado que la gente ‘de fuera’ entienda cómo lleva una su embarazo y dejando claro desde el primer momento que, a pesar de las dificultades, llevo el embarazo bien y disfrutando todo lo que me deja la prudencia. Pero yo siempre he sido extremadamente prudente y contenida (de ahí el nombre de mi blog) y el embarazo no es más que otra de las situaciones a las que me enfrento en la vida. Un ejemplo (entre la prudencia y la tacañería): siempre que planificamos unas vacaciones con antelación, nuestro presu máximo para el vuelo es lo que podemos permitirnos tirar a la basura si finalmente o vamos. O si volamos con Ryanair, añadimos la facturación de las maletas al final para no gastar el dinero si, por lo que sea, no podemos ir. Esa es la actitud general ante todo.
En estos meses he vivido otro fenómeno paranormal: la cara de la gente cuando le explicas que tu embarazo ha sido pro reproducción asistida. Te miran como diciendo: «qué putada, pero ahora lo entiendo todo». Y, en realidad, tampoco hay nada que entender, al menos según mi punto de vista. La evolución de cómo he vivido todo esto, desde el tratamiento hasta el embarazo infértil y circunstancialmente de riesgo, ha sido esta:
Mi actitud durante la estimulación fue muy positiva aunque lo pasé mal. Sabía que la cosa estaba jodida con mis óvulos, pero sabía que cada paso que diéramos era una pequeña esperanza. Fecundar era bueno, llegar a blasto era bueno y pasar DGP era la p**a ho**ia. En todo momento pensamos que todo lo que saliera bien en este primer ciclo, podía volver a salir bien en un segundo, incluso llegando un paso más allá. Cuando me dijeron que el blasto estaba sano estaba contentísima porque pensaba que era capaz de seguir produciendo óvulos sanos y, aunque me había costado unos 7.000€ descubrirlo, era una pequeña esperanza.
Una vez se empezó a acercar el momento de la transferencia, llegó el miedo. Si hasta entonces pensaba que los buenos resultados eran esperanzadores, entonces empecé a pensar que tal fruto de la casualidad y tal atentado contra el mundo de la estadística no volvería a repetirse. Que o es ahora o es nunca. Que no volveré a tener una oportunidad de tener hijos con mis óvulos porque ni matemática, ni estadística ni lógicamente es posible. Y ese es el MIEDO con mayúsculas que lo ha condicionado todo después.
En el IVI me lo dejaron claro: una vez te dan el alta gestacional, eres una embarazada normal que va a su ginecólogo normal y se hace sus revisiones normales. Y la verdad es que mi ginecólogo en ningún momento me ha hecho sentir como una embarazada diferente por venir de FIV. No es que le haya ocultado nada porque mi ginecólogo del tratamiento es el mismo que me lleva el embarazo (suertudas que somos por estos lares) y que ya me llevaba antes. Desde el día que salí de la clínica, no hemos vuelto a hablar de cómo se produjo el embarazo y eso da una sensación brutal de normalidad. Solo hubo una mención, que fue cuando me recomendó el test NACE y me dijo que aunque el resultado de DGP hubiera sido bueno, mejor asegurarnos. Fue la primera y última mención al tratamiento y se lo agradezco horrores.
Como tuve tan buena suerte durante el tratamiento, creo que vivir un embarazo complicadillo forma parte del juego: no va a ser todo tan fácil porque conmigo las cosas nunca van rodadas a la primera: Yo soy de limar cuadrados para hacer que circulen. Las complicaciones que me están saliendo durante el embarazo (los manchados y la placenta baja al principio, pero sobre todo mi cuello del útero disfuncional y jibarizado en la segunda mitad) no tienen nada que ver con el TRA. Soy una embarazada normal, normalmente complicada pero normal al fin y al cabo.
Es habitual que la gente me pregunte si todo esto es culpa del tratamiento y yo explico que no, que son cosas o circunstanciales o condicionadas por mi historial previo. Para entender cómo me afecta el hecho de venir de reproducción asistida a este embarazo que parece diseñado por un guionista de ‘¡Qué apostamos!’ solo hay que volver al punto 2 y al día en que empecé a pensar que esto no volverá a pasar y que no volveré a tener tanta suerte.
Una embarazada ‘normal’ o incluso una de RA que tiene otro pronóstico o incluso otra edad, puede que lo viva todo de forma más natural. El problema es el miedo a pensar que esta es tu única oportunidad. Es lo que hace que te cuides más de lo que toca, que marques unas distancias un poco antinaturales con tu bebé o que te hayas pasado prácticamente cinco meses llevando vestidos anchos para que nadie note que estás embarazada.
Hace muchos meses me negué a pasarme el embarazo sufriendo. De nuevo, he aplicado la misma estrategia que aplico a absolutamente todo lo que hago: Si hago todo lo que está en mi mano y soy la mejor versión de mí misma, puede que las cosas terminen saliendo mal, pero yo podré estar orgullosa de lo que he hecho porque hay un millón de cosas que no se pueden controlar. Aprender a ceder el control es fundamental en todo este proceso.
Yo no controlo nada y por eso están siendo los meses de celebrar, de disfrutar y casi de glorificar las pequeñas cosas. Escuchar el latido del bebé, verle forma de personita, empezar a notar que se mueve, verle la cara o mandar a la mierda la prudencia y comprarle jerséis a rayas como los que llevamos muchas veces V y yo. He aprendido a racionalizar y a dosificar el miedo gracias, en gran parte, a la naturalidad con la que el médico lo trata todo, con mucha prudencia, con muchos ‘por si acaso’ y ‘por prevención’, pero sin alarmismos de ningún tipo. Sentido común, se llama eso.
(Me ha costado horrores escribir este post que tenía pensado hacer desde hace meses, pero solo he podido hacerlo después de muchas conversaciones, de verbalizar muchas neuras y de una noche de insomnio total. Además, me he cargado la cámara del móvil, de ahí esa foto rara de archivo.)