Soy una firme creyente en la teoría de La Buena Vida.
Y es que para mí los años no comienzan
Cuando el frío azota la ciudad.
Suele ser más tarde y tras el mes de agosto
Cuando necesito madurar,
Recogerme en mi cuarto a pensar
Lo que he hecho en el año y descansar.
Septiembre como metáfora. Volver al cole y, en nuestro caso, volver a casa después del exilio veraniego con mi madre. Volver a unas rutinas que serán nuestras. Volver a otro tipo de funambulismo con los horarios, la conciliación y las miserias nuestras de cada día. Igual es que tengo mucha prisa por cerrar 2021. El año que me terminó de engullir el trabajo, el año en el que se murió mi padre y el año del máster de mi marido, ese añadido a una logística marciana que casi nos convierte en simples compañeros de piso.
Mañana vuelve el cole ‘normal’, que es como Víctor llama a lo que no es escoleta fuera de calendario lectivo, pero la normalidad está lejos. Septiembre es un poco infierno. Es una metáfora pero también es una tortura a medio camino entre el verano y el otoño. Aquí, donde pasamos el verano a 15 km de nuestra casa y no volvemos hasta que los coles empiezan con la jornada completa, septiembre queda en terreno de nadie, con todo a medias, como si las personas adultas necesitáramos también todo un mes para adaptarnos a una rutina que tampoco sabemos si recordamos.
Poner comillas a la palabra normal dice mucho de estos tiempos que vivimos. La normalidad es tan anormal que necesitamos entrecomillarla. Ayer, en el grupo de Whatsapp de la clase, celebrábamos algo tan básico como que las criaturas salgan al patio. ¡Al patio! No estábamos celebrando una excursión, nuevas instalaciones, una maestrea de refuerzo todo el curso. Que tengan patio y no corralito y que lo compartan con la otra clase de P4 se ha vuelto en algo maravilloso y algo celebrable. Es importante ser conscientes de los riesgos que aún conlleva la pandemia, pero también sería importante no perder el norte y volvernos híperconformistas. Quiero que mi hijo tenga patio, excursiones, fiestas de cumpleaños, talleres… Y quizá, en esta vuelta, es importante tener claras esas cosas por las que vale la pena pelearse. Como dejar que los niños y las niñas sean niños y niñas y no los cyborgs que les exigimos ser.
Lo peor de esta vuelta es ser consciente de que (me) pido lo mismo que hace un año, qué triste es eso. Sacar algo de tiempo para mí, para hacer cosas que disfruto. Intentar estar algo en forma, aunque suene a contrasentido cuando me toca dejarme pilates para que mi hijo pueda ir a jiu jitsu. Mantener las plantas con vida, que es algo que este año se me ha dado bien. No seremos demasiado ambiciosos. Iremos a caminar por la montaña de vez en cuando y nos aventuraremos con esos pequeños partes de los que el niño puede ser parte, porque fuimos padres para hacer las cosas juntos y ya pasamos demasiadas horas separados por nuestras jornadas laborables interminables. Y ordenar, este año ordenaremos. Tiraremos a la basura las cosas que nos entorpecen la vida y aprenderemos a vivir con menos porque seguro que hay cosas buenas en cierto minimalismo sin volvernos demasiado locos todos. Encontraremos, espero, algo de equilibrio después de un año muy duro. Solo por eso merece la pena septiembre.
Animo con esa vuelta a la rutina. La verdad es que cuesta mucho volver a la no normalidad. Hoy tenemos nosotros la reunión con las profes y como trabajo, tiene que ir mi marido. Con lo que me gusta enterarme yo de esas cosas.
Besotes guapa.
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