Hará cosa de una semana me di cuenta de que no recordaba cuándo fue la última vez que Víctor tomó pecho. Con eso concluye toda la historia del destete, que ha quedado enterrada, como tantas otras cosas, por este confinamiento en el que una no sabe ni qué día de la semana es ni si se ha levantado del sofá para ir al despacho, a tender la lavadora o a cambiar el pañal del niño. Hace muchísimo que no actualizaba tan poco este blog, pero es otro tema, como siempre.
Mañana cumple 30 meses, dos años y medio. Todavía recuerdo cuando, a punto de dar a luz, me preguntó la matrona si pensaba dar el pecho y mi respuesta fue «lo intentaré, si se coge, bien». Pero no se pudo coger porque se lo llevaron a la UCI directito y me quedé yo convencidísima de que nunca habría lactancia. Pero empecé a sacarme leche porque pensaba que era lo único que podía hacer por él mientras estaba ingresado. Llegó la subida de leche y les dejé 400 ml en Neonatos. Al día siguiente me lo pusieron al pecho y se cogió, tres días después de nacer. Con todos los altibajos y con una crisis de los tres meses que duró un mes y que pensaba que iba a terminar conmigo, con la lactancia y con la buena relación con mi familia, para mí ha sido una buena experiencia.
Sería injusto decir que la lactancia ha sido «maravillosa» porque no lo ha sido. Sería idealizarla y omitir las pezoneras, los días de empalmar tomas, el pánico a la doble pesada, aquellos momentos de huelgas de lactancia, la puta máquina de tortura de la inquisición que fue el sacaleches… Fue jodido, muy jodido. Y lo peor es la sensación de que lo mejor de la lactancia materna llega cuando menos falta hace: cuando se consolidó la alimentación complementaria, la lactancia empezó a fluir. Manda cojones.
Supongo que empecé a destetar cuando Víctor decidió que solo quería mamar de noche, antes de cumplir un año. Fue cuando empezamos con no ofrecer/no negar. Poco a poco la cosa se fue relajando. Recuerdo que el verano pasado estuvo también a punto de destetarse, pero no estuvo suficientes semanas sin Escoleta. ¿Y qué tiene que ver esto con el destete? Los virus, los putos virus. Hace cerca de un año que estaba convencida de que Víctor se destetaría cuando empalmara tres meses sin virus y eso no ha pasado hasta, oh sorpresa, el confinamiento. Creo que su último virus fue poco después de Navidad. No hay días enfermo, no hay reenganches, no hay teta. Hay «tetita», pero ya no come, solo toca o apoya la cabecita para dormirse.
Hace un par de meses pensaba que el destete me daría una pena inmensa, pero ahora me doy cuenta de que no me ha dado ninguna pena. Ha sido todo tan progresivo que no nos hemos dado cuenta y ambos, sobre todo él, hemos encontrado esas otras formas de proximidad. No hay lactancia materna, pero hay un niño flaquito que me mete mano cuando está triste o cuando tiene sueño o cuando no sabe lo que quiere. Ese ‘otro’ destete igual nos lleva más tiempo, pero también llegará.
Yo imaginaba un destete con una ceremonia de despedida o algo así, pero no ha habido nada porque ni siquiera sabemos cuándo fue. Tal vez esa sea la mejor señal de que todo el proceso no podía haber sido más respetuoso para ambos. Ojalá pudiéramos respetar sus tiempos con la misma naturalidad para quitar el pañal, el chupete o para cualquier cosa. Algo bueno nos tenía que dejar esta mierda de encierro
[…] Con esto de los niños pequeños hay un montón de momentos que simplemente aterran. Personalmente me daba mucho miedo el destete y después resultó ser una experiencia de lo más fluida. No también nos daba pánico la […]