Ayer, por unas conversaciones en Twitter, acabé recordando varios de los momentos más estresantes de mi primera FIV. Que sí, que el teléfono en general me estresa un montón y, de hecho, no sé ni a qué suena mi teléfono porque siempre está en silencio. Excepto durante aquellos días en los que vivía pendiente de las llamadas del laboratorio.
Una de las cosas que más me agobia son las llamadas de teléfono. Por ejemplo, no llevo manos libres en el coche y me estresaba mucho oírlo sonar, así que pensé que podía vivir perfectamente sin sonido en el móvil. Tampoco tengo notificaciones de ningún tipo para el Whatsapp, pero eso es otro tema. Total, que cuando llegaron aquellos días tensos de diciembre, tuve que cambiar totalmente mi política del ‘ya devolveré la llamada cuando me apetezca’. Esto es más o menos lo que hice:
1- Irme al despacho. Quedarme en casa esperando a que me llamaran del laboratorio como la típica adolescente que espera que le llame el compañero de clase lleno de granos para ir al baile de fin de curso es algo que no me va y no me irá nunca. Normalidad, normalidad y normalidad. Al día siguiente de la punción, me fui al despacho para intentar que el tiempo pasara más rápido.
2- Poner volumen y vibración al móvil. Si no quería caldo, dos tazas. Y en esa época llevaba un wearable de esos que te vibra como un loco cuando te entra una llamada (luego lo metí en un cajón porque me estresaba también).
3- El móvil, mi sombra. ¿Al baño? Con el teléfono. ¿Al microondas a calentarme un té? Con el teléfono. ¿Conducir? No que no puedo contestar, mejor andando o en taxi. Con lo que yo paso del teléfono, desarrollar un sentido arácnido neurótico por si me llamaban daba hasta risa.
4- El teleoperador. Hace años que estoy en la Lista Robinson y es raro que me llamen por teléfono para ofrecerme productos empresas con las que no tengo ninguna relación contractual. Pero justo esos días te llaman del banco, de Jazztel, de cualquier servicio de mensajería que le ha de traer a V un pedido de Amazon, el típico cliente que lleva dos meses sin decirte ni mu… Y tú, no dejas de pensar… «Si no eres embriólogo o embrióloga, no tengo nada que hablar contigo».
5- Ese número que se parece… pero no. Las llamadas de laboratorio de IVI Valencia siempre eran desde un 662, así que me aprendí el truco de contestar solo las llamadas de 662. Pues bien, uno de los mensajeros que venía habitualmente a mi ofi también tenía un 662. Y un cliente y alguien más que no recuerdo.
Al final era todo un poco locura, adorando mi teléfono móvil como si fuera un artilugio que me tenía que dar la vida, o quitármela. Ah, y por supuesto, reuniones prohibidas durante esos días, no fuera caso que viera un 662 en la pantalla en pleno análisis de campañas. Creo recordar que luego las llamadas fueron más o menos así:
Si ya odiaba el teléfono antes de la FIV, luego estuve un par de semanas que me daba taquicardia cada vez que veía la luz encendida.
(La máquina de escribir no tiene nada que ver con el post, pero la veo desde el sofá y he hecho una foto)