Actualizo tan poco el blog y el tiempo pasa tan deprisa que ya se ha terminado Infantil y, en solo unos días, Víctor empieza Primaria. Así como la infancia debería ser feliz como derecho universal de cualquier niño o niña, los tres o cuatro años de Educación Infantil deberían ser ese recuerdo de ser feliz en el colegio. Luego ya vendrán la presión y los codos. Personalmente solo recuerdo que me cambié de casa y de cole entre primero y segundo de Preescolar, pero estas infancias hiperdocumentadas e hiperfotografiadas llaman más a construir y magnificar recuerdos. El paso por Infantil tiene su propia épica.
Google me recordaba hace un par de días la foto del día que los dos Víctor fueron al cole a hacer la matrícula. Era todavía un bebé de poco más de dos años y medio. Han pasado tres años pero parece que le haya atravesado media humanidad. Este verano, el primer día de Escoleta, me hizo una vídeollamada mientras trabajaba para contarme todo lo que había hecho, lo que había comido, quiénes eran sus nuevos amigos. Hace tres años decía que, de mayor, quería ser chino y lo que más le gustaban eran los bogots, porque aún no sabía pronunciar la R doble y daba la vuelta a las sílabas. Luego vinieron los astronautas, entonces el temazo eran los robots y las máquinas. Las máquinas le siguen fascinando.
Dicen que el curso que viene, primero de Primaria, es uno de los más importantes de la vida de un alumno o alumna porque sienta las bases de muchas cosas, pero quiero pensar que muchas bases se han sentado ya. La curiosidad, las ganas de aprender, el respeto por su tutora y por el resto de maestras que pasan por el aula. Aprender a manejarse mínimamente en esa minijungla que es el patio como metáfora de la vida exterior, donde nada está bajo nuestro control. Esos pequeños pasos, como si el cole fuera un mini laboratorio donde experimentar, en un entorno controlado y supervisado, lo que vendrá luego.
Víctor empezó Infantil en plena pandemia, unos meses después de que nos cancelaran la cita en la que el neuropediatra debía darle el alta, pero se la dimos nosotros unilateralmente. Aunque a esas alturas ya teníamos claro que el desarrollo era el normal, ese tema aún me preocupó bastante cuando Víctor no hacía caso de nada y no seguía las instrucciones de la maestra. Volvieron los fantasmas de las secuelas neurológicas de aquel nacimiento tan atropellado o quizá otra cosa, yo qué sé. Pero fue pasando el tiempo y fue pasando el susto. Lo de no hacer caso cuando no algo le interesa lo sigue haciendo, por cierto.
Y el niño, como todos los niños y las niñas, fue sacando su carácter y sacándonos de quicio más de una vez y a más de una persona. Llegaron sus primeros amigos, aunque algunos ya vienen de La Lluna. Las excursiones, las fiestas del cole, aprender cosas sin darse cuenta y llegar a casa diciendo que ellos no trabajaban nada porque su trabajo era jugar. Ojalá poder vivir ahí siempre, como alumnado y como familia.
Actualizo poco-o-nada este blog, pero hace un par de años decía que aquello de decidir el cole, que parecía tan complicado, en realidad no fue para tanto. Y lo es, visto con el tiempo. Podemos tener muchos criterios objetivos para decantarnos por un cole y no por otro pero, al final, nuestra experiencia son las personas con las que convivimos, son las maestras y son las familias. Nosotros, en realidad, no hemos podido tener más suerte. Y es eso, suerte. Porque puedes elegir el mejor colegio del mundo y que te toque un grupo con el que no encajas y una maestra que, por lo que sea, ese año tiene la cabeza en Katmandú.
Así que, con esto, cerramos etapa. Los cumples trimestrales, las cartas Pokemon, las cocas para celebrar los cumpleaños, los viernes en el parque, las cabalgatas de Reyes, las tardes de playa. Hablar más con Esther que con mi marido. Una tirita en el corazón cuando Marián nos dijo que no acabaría el ciclo en el cole. Les tonterietes. Mediterrània de La Fúmiga en bucle en el coche durante todo el verano y en directo en el Rototom. Decirle hola a Galileo y adiós a Marc el mismo año. Empezar el curso con miedo a la tutora nueva y acabarlo deseando que Noelia pudiera quedarse otro año más con ellos. Víctor en una jukebox en Manchester bailando Mamma Mia. Y ya paro, que no tengo ganas de llorar. Ojalá ser una niña otra vez y no saber qué es la nostalgia.
Gracias a todas y todos por estos tres años.
Gracias a ti, Li.
Buen viaje <3 seguiremos leyendo.