Hablamos de ‘optimizar’ porque ‘exprimir’ suena como el culo. Al final, terminamos aplicando conceptos y palabros del mundo corporativo a nuestra vida doméstica: vamos a optimizar la vida doméstica, seamos una familia lean, contratemos un servicio de coaching organizacional doméstico, maximicemos nuestra capacidad para optimizar los procesos familiares. Y me puto explota la cabeza.
Los life hacks llegaron para hacernos las cosas más fáciles y nos terminan esclavizando. En nombre de la operatividad tengo unas rutinas domésticas que parecen más propias de un régimen totalitario que de mi propia vida. Lavadoras programadas para la hora exacta que me va bien tender. La compra siempre a las 9.15, al volver del cole, porque hay menos gente. O hacerla online, claro. El orden de bajar el reciclaje, el planning para la colada de sábanas y toallas, los menús semanales para no tirar comida y alimentarnos de forma más o menos saludable, las alarmas que marcan las rutinas. ¿En qué momento la vida se convirtió en una extensión del curro? ¿En qué momento hemos empezado a tener que aplicar técnicas de productividad a nuestra puta vida para ganar la media hora que nos hace falta para darnos un paseo? En breve, a Víctor (hijo) le pediré que me apunte en Jira las horas de juego, no sea que no lleguemos a las ratios medias del juego libre y tengamos que pasarnos la tarde fustigándonos un poco (más).
Montamos una organización familiar que se basa en intentar llegar a todo cuando es del todo imposible. Todo cogido con alfileres porque es muy fácil que algo se caiga por algún sitio: un imprevisto y el castillo de naipes cae en cuestión de segundos. Nos autoengañamos diciéndonos que todos esos esquemas, que esas rutinas diarias programadas al milímetro, nos darán más tiempo libre. ¿De verdad nos lo dan? Mi carga mental se ha multiplicado desde que hago todo eso. ¿Qué lavadora me tocaba hoy? ¿Por qué tengo unas plantas totalmente secas y otras a punto de podrirse? ¿Pero hoy era el día de la fruta? ¿Quién recoge al niño?
Hace un tiempo pensé que sería una idea brillante apuntarme a eso del batch cooking. Es un chollo. En 2 horas haces la comida de toda la semana, todo super optimizado. Me compré un libro, porque para casi cualquier cosa necesitamos un libro, un coach o un webinar. Afortunadamente no compré ninguna de las mierdas que, según el libro, eran imprescindibles para el batch cooking. Planificar los platos y hacer la compra me llevó un par de horas. Luego cociné, dejé la cocina hecha una pocilga y me tocó recoger. Cuando iba por 6 horas con la bromita, dejé de contar. Pensé, muy optimista yo, que al menos nos serviría para comer mejor y tenerlo todo más preparado. Pero luego hay imprevistos. No comes en casa. No te apetece eso que cocinaste hace 5 días. La zanahoria te mira mal. Se te olvida descongelar eso tan importante. La primera semana terminé tirando más comida, más cabreada y mentalmente agotada solo de pensar en el ciclo vital de las zanahorias que había pelado con esmero: con la que sobrara del caldo tenía que hacer la guarnición de un lomo, un dip para el almuerzo del niño y tacos para la quiche de aprovechamiento de final de semana. Prefiero pelar zanahorias que pensar tanto y planificar tanto. Menos curro físico y más carga mental. Dame un pelador de zanahorias.
Así que he vuelto a un punto un tanto lagom (en el término medio, viva la mediocridad escandinava) en el que cabe algo de planificación y muchas zanahorias peladas a última hora. Artilugios para cocinar como aliados, pero sin un plan quinquenal para cada uno de los ingredientes que me haga vivir de una especie de diagrama de gantt para entender mi propia alimentación. Adiós a las alertas de Todoist. Si nos quedamos sin huevos, cenamos pan con queso. Si se nos pasa la programación de la lavadora y no tendemos en el momento óptimo de sol, ponemos la secadora. He intentando ser ‘productiva’ para ganar tiempo y lo que he conseguido es quemarme más porque he de estar pendiente todavía de más cosas. Abrazaremos el caos hasta fundirnos en un solo ser, quin remei