Igual es porque me dio por parir de forma asíncrona respecto a mi entorno, pero cuando nació Víctor me vi con bebé, sin referentes y bastante sola. Recurrí, como sucedió con la infertilidad, a una tribu virtual que es de lo mejor que me ha aportado esta experiencia. Pero cuando Víctor tenía pocos meses me encontré con la sorpresa de que mi amiga Vanesa montaba unos talleres para madres y yo hacía muy, muy poco que era madre. Tal vez por eso en aquellos inicios yo estaba estupenda y ahora soy la que bate récords en nivel de ir por la vida como pollo sin cabeza.
Así es como llegué yo a ‘Desmadradas’, con un recién nacido y un montón de ideas equivocadas sobre cómo iba a ser mi conciliación, que no mi maternidad. Tampoco entendía en otoño con un bebé de apenas unas semanas que el choque entre crianza y maternidad iba a ser tan grande: tu vida desaparece porque se centra en tu hijo. Hace poco fui a una librería de la ciudad y pregunté por la sección de maternidad: Me mandaron a crianza. ¿Dónde coño quedamos las madres en todo esto? De eso va ‘Desmadradas’, de sentarnos a hablar, de soltar lastre, de soltar miedos, de lo importante que es cuidarnos aunque no tengamos ni un minuto.
Ayer fue mi primer ‘Desmadradas’ en bastante tiempo. Los dos primeros de este ciclo me pillaron fuera y el último no se hizo, así que debuté en diciembre en un momento personal bastante complejo. Ahora que mi hijo va ganando en autonomía (y en intensidad, pero ese es otro tema) yo me doy más cuenta de que estoy bastante desconectada de mí y de mi propia forma de ser. El trabajo y la crianza se han comido una parte enorme de mi vida y ahí ando, haciendo mucho trabajo para echarme un cable y volver a sacarme de esa montaña de pañales, preocupaciones y temas de trabajo que me sepultó hace un tiempo.
Hablábamos de lo complicado que resulta describir lo que hacemos en los talleres o de definirlos en sí. Son talleres terapéuticos en los que las madres dejamos salir nuestros miedos, nuestras preocupaciones o cosas que pensábamos que estaban enterradas. Son talleres en los que las madres nos cuidamos y lo hacemos soltando, compartiendo, empatizando y aprendiendo. Ayer fue maravilloso coincidir con otras cuatro madres, todas tan diferentes, en momentos tan dispares y con una capacidad brutal de apoyarnos y de comprendernos. Muchas veces no necesitamos más que eso.
Yo soy ese tipo de persona que no solo no se avergüenza de contar que va a terapia, sino que cree que casi todas y casi todos deberíamos acudir de vez en cuando. A mí no me da vergüenza decir que la maternidad es algo que me ha atravesado completamente y no me refiero a la experiencia con mi hijo en sí, que es maravillosa. A mí me han desmontado la conciliación y sus odiseas, los follones de logística familiar, darme cuenta de que la corresponsabilidad es imposible mientras se asuma que la crianza es cosa de madres y no de ambos progenitores, me ha arañado la soledad… Y sobre todo me ha hecho meterme en una rueda de hámster en la que sigo conviviendo con rabietas, duchas, pañales, reuniones, correos, estrategias y campañas de pago por clic. A veces, desde el centro de la rueda, saludo al yo que fui y le mando recuerdos. Vanesa tenía razón: este yo no es mejor ni peor, es el que puede haber ahora.
Eso hacemos y eso hicimos en ‘Desmadradas’: desnudarnos para volver a vestirnos como nos da la gana. Dar abrazos cuando alguien los necesita. Contar cosas que llevan años guardadas bajo llave y detrás de una decena de puertas. Eso es lo que, en realidad, deberíamos hacer con más frecuencia.
(La foto se la he robado a Vanesa de su Instagram)