Hoy es lunes. Es más, es el primer lunes después de fiestas, que empezaron después del primer lunes post-bronquitis de Víctor. Todo esto es suficiente como para que la vida se descontrole y, cuando eso pasa, todo va mal. Yo voy mal. Ayer vi algo muy parecido en el Instagram de Zora Groothuis, una colada que se descontrola y que, de alguna manera, nos descontrola también a nosotros.
A mí me cuesta mucho llevar la vida al día y cuando hablo de «la vida» me refiero a cosas tan poco divertidas como el trabajo, la colada, la casa, las comidas, ir al piso nuevo a mirar el buzón… Son todas esas cosas que no me hacen feliz pero que hay que hacer y que son las que se hacen bola. Las cosas que se hacen bola son las que no nos dejan hacer esas otras cosas, esas cosas pequeñitas, que nos hacen felices y que hacen que la mierda, muchas veces, sea menos mierda. Sentarme a escribir este blog y no convertirlo en una sucesión de textos en borrador es, para mí, una forma de ser feliz en pequeñito.
Sé que priorizo llevar la vida al día a hacer cosas que disfruto porque cuando la bola es gigante, no hay manera de disfrutar nada. Si, por ejemplo, tengo una comida y tengo cosas por hacer en casa, de trabajo o de lo que sea y no he podido hacerlo porque la vida se me ha tirado encima, voy a la comida pero me cago en todo mil veces, no disfruto nada y la bola se hace más grande. Así que me paso la vida diciendo que no, pero es por vivir tranquila. Es una existencia muy mediocre, I know. Ahora mismo solo aspiro a ir pasando pantallas hasta que todo se vaya poniendo en su sitio y en los días haya sitio para algo más que para trabajo, lavadoras, pañales, hacerle la cena al niño. Admiro a la gente que es feliz siendo ama o ama de casa porque a mí, la verdad, es que la casa me mata.
El lunes es el peor día de la semana, el que tengo más trabajo. No suelo salir de casa. Se llevan a Víctor a eso de las 8 y me encierro a trabajar casi sin parar hasta la hora de comer. Me ducho en 5m y como delante del ordenador y así puedo estar un rato con el niño cuando lo trae mi madre. Si es un lunes como hoy, conseguiré sacar unas 10 horas de trabajo y eso hace que el resto de la semana no sea tan terrible. Pero tengo que hacerlo encerrada en el despacho para no ver lo que hay afuera. Y lo que hay es una casa por ordenar, el reciclaje por bajar, la cama por hacer. Lo que hay es una vida que no puedo llevar al día y que me causa más ansiedad que todas las movidas de trabajo que puedan surgir juntas.
Pero de vez en cuando hay semanas normales, sin imprevistos, sin bronquitis, sin cambios de planes. Esas semanas la vida está al día, el blog tiene contenido, los pajaritos cantan, me pongo la crema en la cara y hasta me tomo una cerveza con alguien. En un alarde de optimismo, el sábado le compré a Víctor dos leggins en Zara para que hagan de pijama. Eso significa que me lo puedo llevar a última hora de la tarde vestido de calle pero apto para dormir, tomarme una cerveza, darle la cena por ahí y traerlo dormido en el carro. Eso es casi una transgresión en mi vida gris de curro/casa/niño. Eso, en realidad, es vida.
Llevo muchos días pensándote por aquel «un virus se ha comido mi trabajo». Desde que Monete estuvo enfermo, tengo la sensación de que la bola no para de crecer. Y con ella la ansiedad, y así empieza el bucle.
Efectivamente, la revolución empieza con un pequeño paso. Viva ese par de leggins. Y mucho ánimo.