Una de las cosas que he sacado en claro este último año y medio es que lo mejor para mi hijo no tiene por qué ser lo mejor para mí y tampoco para mi familia. De hecho lo mejor para mi hijo puede ser catastrófico para mí.
Hace 2 años, cuando el niño ni siquiera había cumplido los seis meses, empezamos a mirar escuelas infantiles. Nos hablaron muy bien de una que encajaba con lo que buscábamos, fuimos a puertas abiertas, nos encantó y nos quedamos sin plantearnos las consecuencias. Lo importante era elegir lo que fuera mejor para él
No nos preocupó en aquel momento, bendita inocencia, que alguien tuviera que coger el coche todos los días dos veces para llevarlo y traerlo, aunque también es cierto que había servicio de autobús. El primer año fue más o menos llevadero y, cuando nos cambiamos de casa y la cosa empezó a complicarse un poco, decidimos contratar el servicio de autobús y el resultado no pudo ser mejor: el niño encantado y yo con mucho margen para trabajar.
Pero, oh, sorpresa, el autobús desapareció para este curso y, aún sabiendo que iba a ser bastante negativo para mí y para la organización del trabajo, priorizamos lo feliz que iba al niño y lo contentos que nosotros estamos con la Escoleta. De nuevo, lo importante era elegir lo mejor para nuestro hijo.
Si a mí se me empieza a hacer cuesta arriba lo de las idas y venidas a la Escoleta, ni os cuento a los abuelos. Eso implica que algunas semanas, como la pasada, tengo que hacer yo los diez traslados. Y, por supuesto, no se les puede culpar de nada porque ya hacen bastante ayudándonos. Además, la decisión de la escuela infantil fue nuestra y, por tanto, quien debe apechugar somos nosotros. O mejor dicho, yo, que soy la que acaba trabajando en fin de semana para compensar esa hora y media que pierdo al día entre idas y venidas.
Cuento todo este rollo de la Escoleta porque es un ejemplo más de cómo nosotras vamos sistemáticamente a la cola de nuestras propias prioridades. Lo importante es que lo que decidamos sea lo mejor para nuestrxs hijxs, pero… ¿Qué es lo mejor para ellos y para ellas? ¿Algo que nos excluya? ¿Algo que nos genere dificultades? ¿Tener padres y madres que viven constantemente con la lengua fuera y que también tienen que trabajar en fin de semana porque la vida no es da más de sí?
Si hay algo que nunca me contó nadie de la maternidad (y de eso hablaremos otro día) es que la logística es la que se come la vida y eso que nosotros vivimos en una ciudad pequeña y todo este tema es menos problemático. Perdemos horas en desplazamientos, un tiempo que sufrimos y que no disfruta nadie, ni los niños ni nosotros. Cruzamos las ciudades para llevar a nuestrxs hijxs a escuelas mejores, a piscinas mejores, a actividades mejores. ¿Y si resulta que a ellos eso les da igual y preferirían estar media hora con nosotros, pero media hora de calidad y que no pase entre ponte-la-chaqueta o no-puedo-limpiarte-los-mocos-cuando-vas-conduciendo?
No me arrepiento en absoluto de la elección de la Escoleta y toda la reflexión que hice en diciembre me ha hecho organizarme mucho mejor y sufrir menos las consecuencias. Ser consciente de que no puedo llegar a todo me ha hecho estar a punto de llegar a todo y no quedarme a años luz. Pero en primavera elegimos colegio y la proximidad será un punto fundamental. Nos compramos un piso en ese barrio porque los colegios públicos estaban bien y estaban cerca. Evitar coger el coche es, para mí, calidad de vida. Quizá no escojamos el colegio que convierta a nuestro hijo en futuro sabio atómico, ni políglota precoz, ni ninja absoluto en robótica, pero en este momento pensamos que lo mejor para nuestro hijo es lo que sea mejor para todos. Solo nos ha costado 27 meses darnos cuenta.
(No pongo una foto de logística familiar porque estresa. Víctor en el pueblo, viendo la hoguera que ardería un rato después en la noche de Sant Antoni)