(Repito: Esta historia acaba bien. Escribo este post en casa mientras nuestro bebé duerme tranquilamente con su padre. No quiero hacer un serial, solo contar lo que pasó. Aquí no hay necesidad ninguna de mantener el suspense…)
En preparación al parto no te suelen preparar para un desenlace que no sea un piel con piel (con el padre en caso de cesárea). Nadie te cuenta que se pueden llevar a tu hijo para meterlo en una incubadora y no tienes ni idea de lo que os va a pasar a ninguno de los dos desde ese momento. Yo siempre habría pensado que lloraría muchísimo, todo lo que no he llorado estos meses, cuando me pusieran a mi hijo en brazos después del parto pero ese momento nunca llegó y a día de hoy (9 días después) aún no he llorado. Ni de preocupación ni de alegría. Es como si alguien se hubiera llevado mi momento.
En lugar de ese momento, llegó un vacío enorme. Después de estar con la matrona un rato y de que volviera V, pasó el ginecólogo que pareció no darle excesiva importancia a lo que le había pasado al bebé. Me advirtió que el ingreso no sería corto y me tranquilizó su actitud. No era de decirme que no me preocupara, sino transmitir que todo iría bien y eso era lo que necesitaba en esos momentos. Después, dormí un rato y sobre las 8 de la mañana entró ya la matrona a curarme los puntos, ver los sangrados y preguntarme si quería dar pecho. Otro día hablaré sobre la lactancia. Me dijo que mientras el niño estuviera en la incubadora o en neonatos, que diera toda la leche o calostro que produjera que se lo darían. Como era lo único que podía hacer por mi hijo desde la habitación (a mí lo de rezar no me va), le dije que sí, que me trajeran un extractor de leche. No sé si fue ella o el gine o quién, pero alguien me dijo que cuando se me empezara a pasar el efecto de la epidural, comiera y me levantara, podría bajar a ver al niño. Calculaba que eso sería sobre las 11, así que mandé a V a neonatos a verlo. Al volver, me contó que ya respiraba solo y que tenía mucha mejor pinta. Sobre las 11, como pensaba, me pude levantar y pude bajar a verle.
¿Qué se siente cuando ves a tu bebé por primera vez en una incubadora y haciendo movimientos raros? De nuevo, vacío. Sabía que era mi hijo porque se parecía a mí y al bebé de mis ecografías, pero podía ser cualquier otro. No podía tocarlo, no sabía cómo estaba… Se acercó la pediatra de guardia y me explicó que le tenían que hacer una ecografía del cerebro y un electroencefalograma para comprobar que la actividad era normal y lo había secuelas, pero no sería hasta el lunes.
El sábado fue un día horrible. En la visita de la tarde (no había horarios, simplemente no queríamos estar allí todo el día para no poder hacer nada) nos encontramos a MiniV con una malla en la cabeza y un montón de sensores conectados. Aquellos movimientos raros de la mañana eran efectivamente raros y habían decidido monitorizar su actividad cerebral, que era completamente normal hasta ese momento. V y yo subimos a la habitación muy preocupados y ahí sí que tuve ganas de llorar, pero preferí dejarlo para cuando nos dijeran que todo iba bien o que todo iba mal. Solo quería abrazarme a él y dormir, pero yo estaba en mi cama de hospital y él en su sofá. Ninguno de los dos decía nada. Desde fuera, todo eran mensajes de enhorabuena y de ‘tranquilos que todo irá bien’, pero no sabíamos si todo iría bien.
De nuevo, por la noche echaba de menos los movimientos de mi bebé en la tripa. Una de las cosas que más me parte el alma es que se me olvide esa sensación tan mágica. Esa noche dormí fatal y el domingo nos bajamos pasadas las 9 a neonatos a ver a MiniV. La pediatra tenía mucha mejor cara, nos dijo que la actividad cerebral era completamente normal y que le empezarían a dar comida. A partir de ese momento, todas las visitas fueron en positivo. El domingo comió muy bien y nos dijeron que el lunes le harían todas las pruebas pendientes.
El lunes pasó el gine a verme y a darme el alta a las 7 de la mañana y, de nuevo, nos animó. Nos dijo que podíamos quedarnos en el hospital hasta la hora que quisiéramos, pero aprovechamos para hacer cosas como comprarme un saca leches antes de volver a la visita de las 13, que es cuando pasa el pediatra. De nuevo, nos dijeron que evolucionaba muy bien, que estaba cada vez mejor y que ya le habían hecho la ecografía, pero no tenían aún los resultados. No volvimos hasta las 19 o así y había otro pediatra (creo que el jefe), que nos dijo que el niño evolucionaba muy bien, que todas las pruebas estaban bien y que el martes a primera hora pasaba a cunas y, por tanto, ya podríamos tocarlo y darle de comer. Ahí empezaba otra etapa.
Toqué por primera vez a mi hijo a las 9 y pico de la mañana, cuando nos dijeron que lo podíamos coger de la cuna siempre que quisiéramos. Lo tuvimos un rato al brazo y decidí sacarme leche para poder darle ya un biberón de leche mía en la toma de las 12. Me había empezado a subir la leche y les dejé el equivalente a 6 biberones o así, fue un poco locura. A partir de ese momento, no nos perdimos más que una toma y estuvimos con MiniV todo el tiempo que pudimos.
Un pequeño bajón de azúcar hizo que se tuviera que quedar un par de días más de lo previsto, pero como ya estaba bien, comía un montón y se había cogido al pecho perfectamente, ya dejamos de preocuparnos. Pasarnos el día yendo y viniendo al hospital era un mal menor porque ya podíamos estar con él, tocarle, cambiarle el pañal… Las cosas que hubiéramos hecho si hubiera nacido perfectamente y hubiéramos tenido esas 48 horas en planta para familiarizarnos.
La experiencia en neonatos fue muy buena gracias al personal: pediatras, enfermeras, auxiliares y matronas que hicieron que todo fuera fácil y fluido. Había gente que llevaba tres semanas y gente que tenía por delante otras tantas. Lo nuestro había sido muy agudo y puntual, pero allí estábamos todos. Al releerlo todo, suena mucho más fácil de lo que fue. Una vez nos dijeron que todas las pruebas estaban bien, ir a neonatos se convirtió en una fiesta, pero la incertidumbre de no saber si a tu hijo le han quedado secuelas fue horrible. No hacía más que pensar que hubiera preferido estar yo jodida con el postparto de una cesárea a cambio de que él hubiera nacido perfecto y sin sufrir. O que la culpa era mía por ser demasiado estrecha. Todo iba a sentimientos de culpa cuando era algo completamente incontrolable.
Y eso se juntaba con la alegría generalizada de nuestro entorno. La gente empezó a decir que habíamos sido padres y todo mundo quería felicitarnos pero para nosotros no había nada por lo que felicitar hasta que no supiéramos los resultados de las pruebas. Solo queríamos que pasara el tiempo cuanto antes para saber cómo había ido todo. No nos apetecía ver a nadie, ni contar nada, ni siquiera estar todo el día a lado de la incubadora viendo al bebé. Luego, cuando le abrazamos, le olimos y ya se convirtió en nuestro hijo, el tema cambió un montón y nos hicimos adictos a sus gestos y a su piel.
(En la foto, MiniV en la incubadora a las horas de nacer antes de que le pusieran los cables en la cabeza. Me queda un post, pero en realidad la historia termina aquí. En el cuarto simplemente hablaré de él).