No, no me cambio de coche. Ni nos vamos a cambiar de casa.
Dos de las cosas más habituales que me/nos dice la gente respecto al embarazo. Como si el hecho en sí de tener un bebé no fuera suficiente alteración del karma vital, ahora llega la necesidad imperiosa de volarlo todo por los aires y meterte en más préstamos y más follones. En nuestro caso, la casa y mi coche han sido los objetivos de todos los dardos y me hacen pensar que gran parte de la población tiene un concepto de las necesidades un poco desviado.
Tengo un Mini desde hace 14 años. El coche está mayor, pobrecito, pero ya es como un gato callejero. Duerme en la calle, se ha acostumbrado a los arañazos, lleva dignamente los achaques de la edad, tiene que pasar anualmente por el veterinario y me trata con bastante cariño. No ha dado guerra en todos estos años.
Ahora lo tengo ‘abandonado’ en casa de mis padres porque no quiero conducir. ¿Y por qué no quiero conducir? Por 4 razones: 1- Soy paticorta, no me llegan los pies a los pedales y llevo la tripa demasiado cerca del volante.
2- No puedo andar. Generalmente cuando coges el coche no vas de puerta a puerta, te toca el pateo que yo no me puedo permitir.
3- La gente se estresa mucho. Yo voy a mi ritmo de preñada que está a 10 cm del volante y no quiero correr ni jugármela, pero los farruquitos nuestros de cada día no lo comprenden.
4- Si tuviera coche, lo usaría. Y entonces me estresaría y caminaría más de lo que corresponde. Así que no hay coche. Voy a verle los fines de semana, como si hubiera dejado a mi gatete en un hotel de gatos.
Desde hace un par de meses me muevo en taxi y no pasa nada. Llamo, vienen a buscarme, me llevan… Hace mucho tiempo que calculé que no me sale rentable tener coche, gastaría mucho menos dinero al año si me moviera en taxi y alquilando coches puntualmente. Si no fuera por el embarazo, me habría deshecho del coche pero claro, mis padres viven en la playa y esa es ahora mismo la principal razón para no venderlo. Veremos qué pasa el primer año con coche y niño. Entonces ya seré capaz de responder a eso que le quita el sueño a tanta gente: ¿Cómo vas a meter al niño en el Mini? ¿Y dónde podrás el carro? ¿Y no será incómodo meterlo con solo 3 puertas?
Vivimos en un piso de 65 m2, dos habitaciones y un baño que me compré cuando era soltera. Lo elegí así porque quería vivir lo más céntrica posible y poder moverme andando o en bici. Es cierto que tener solo un baño es un poco incómodo y que tenemos un máster en optimización del espacio, pero a día de hoy no necesitamos nada más. Pues sí, para el resto del mundo sí que necesitamos más.
«¿Y cómo vais a meter al niño en el piso?» Por la puerta, señora.
«¿Y no será mejor buscar un edificio con aparcamiento?» Sí, y con piscina y pista de pádel en el centro.
«¿Cómo os organizaréis con un baño y 3 personas?» Mandaremos a V a mear a un macetero, no se preocupe usted.
«¿Con un bebé y sin trastero? ¡Qué barbaridad!» Pues sí, señora. No entiendo cómo podemos vivir sin trastero, sin puerta de servicio, sin vestidor ni sin jacuzzi. La vida es una sucesión de putadas.
«¿Dónde vais a poner la secadora?» Ah, ¿eso también se compra cuando te preñas?
Yo he vivido toda mi vida en casa y piso grande (excepto cuando estudiaba) así que no es ningún secreto que no pienso quedarme de por vida en mi piso de soltera, pero tenemos unos cuantos años para pensarlo y para encontrar algo que nos encaje. No solo por el niño, sino también por nosotros y por eso que se llama crecimiento en la vida. Si nos vamos a vivir a un adosado, me compro un SUV de mami y me engancho al ’50 sombras de Gray’ del momento, seré el orgullo del género ‘señora’.
Post inspirado por un tweet de Hipster de Extrarradio sobre lo que es necesario y lo que no lo es.
(La foto es de la montaña de trastos de Ikea que tenía por organizar en la mini habitación del bebé).