Esto es un post totalmente off-topic. O no, nunca se sabe.
El verano pasado, cuando me hicieron la conización, se me fueron las ganas de hacer vida social. No por nada, porque no tenía ganas de contar mi vida ni de dar ningún tipo de explicación de por qué no iba a ningún festival, por qué no podía hacer deporte, por qué no podía ir a la playa. Y vamos, que lo mío no fue nada grave por suerte, pero ver en el informe la palabra ‘carcinoma’ me acojonó mucho. Estuve meses pensativa, dando vueltas a las cosas, sin ganas de explicar a nadie lo que me había pasado.
Luego empalmé la recuperación con la fecundación in vitro. Siempre he dicho que mi diagnóstico de infertilidad fue una alegría porque significaba que ‘lo otro’ estaba completamente superado y podíamos empezar a pensar en otra cosa. El 13 de septiembre (era martes) fue cuando el médico me dijo que la cicatrización de la operación estaba perfecta y que si quería tener hijos, tenía que ir a FIV. Casi no pensé en la FIV porque ‘lo otro’ era la buena noticia.
Entonces nos lanzamos a la FIV y tampoco tenía ganas de contarlo. Luego pasó todo, me quedé embarazada y ya no tengo ningún problema en explicar ni una cosa ni la otra. No oculto que mi embarazo ha sido por reproducción asistida ni que todos los problemas con my dear Dionisio (mi cérvix, os recuerdo) se comieron dos años de lo que quedaba de mi ya maltrecha fertilidad. Pero no me apetecía una mierda que la gente me preguntara cuando estaba en medio del proceso, de los procesos.
Entiendo que haya gente a la que le encante hablar de sus penas, de sus enfermedades y de sus problemas, pero yo lo odio. A mí me gusta mirar hacia delante, no pensar en lo que estoy viviendo más de lo necesario, darle la importancia que tiene, pero nada más. Durante el verano de 2016 no me apetecían las preguntas de: ¿Pero con cirugía ya está? ¿No tienes más tratamiento después? ¿Cómo te encuentras? ¿Y ahora eso tiene alguna consecuencia? Responder a todo eso me hubiera obligado a preguntarme cosas en las que no (me) merecía la pena pensar. Estaba bien, acojonada pero bien. No hacía falta más tratamiento y esperaba que no hubiera más consecuencias, pero no necesitaba que me hicieran pensar cada puto día en lo que estaba pasando en mis bajos.
Lo mismo con el TRA. ¿Estás nerviosa? ¿Te están afectando las hormonas? ¿Cómo llevas la betaespera? ¿Te has planteado la ovodonación? ¿Te han llamado ya del laboratorio? ¿Sabes algo de los embriones? Realmente no tenía ningunas ganas de que me hicieran pensar en todo aquello más de lo necesario. Me levantaba, me iba a currar, pensaba un poco en el tratamiento cuando me tocaba pincharme o llamada o ponerme un parche de evopad, pero ni un minuto más. De nuevo, cuando pasó todo lo conté (y lo sigo contando) sin ningún problema. Incluso hay gente que me reprocha con cariño que no lo contara, que hubieran estado ahí para mí. Y cuando les explico por qué no conté nada, lo comprenden perfectamente. Cada uno vive su salud como quiere y eso se debería respetar siempre.
Ahora cuando alguien me pregunta si puede llamar a mi padre, les digo que no, que no le llamen. Que le manden un Whatsapp y será él el que conteste, el que llame o el que sugiera tomar un café cuando se encuentre con ánimos o cuando le apetezca. Esto es como lo de ir a los hospitales a ver a alguien convalenciente (no hablo de partos, es un tema completamente diferente). Yo tengo tendencia a pensar que molesto, me parece algo asquerosamente intrusivo por muy próxima que sea una persona y eso hace que tal vez haya gente que me considere distante. Nada, que es un tema tan personal que ¿no sería más lógico que se respete cómo quiere vivir las cosas la persona afectada y no imponer las nuestras?
(La foto sí que es off-topic. Son la alfombra y las cortinas de Ikea de la habitación low-cost de MiniV)