Durante gran parte de m tratamiento de fertilidad, en mi cabeza sonaba Radiohead cantando ‘Creep’. Fue la canción top de mi playlist infértil y es una sensación de vivir desubicada que nunca ha desaparecido del todo. De hecho, la canción suena una y otra vez cada vez que me pregunto por qué tengo este blog, por qué tengo estas otras redes sociales paralelas. «What the hell am I doing here? I don’t belong here». Supongo que es lo que nos pasa a quienes vivimos en el término medio.
Tengo un blog para desahogarme y porque escribir es una de las pocas cosas que disfruto y que, objetivamente, puedo cuadrar en mis rutinas caóticas. Tengo un blog que quiero que se mantenga libre de publicidad. No es porque tenga nada contra las personas que incluyen colaboraciones, pero a mí no me apetece. Ya hago eso en mi trabajo casi cada día y este blog es una isla en la que no importan ni los leads ni tampoco las estadísticas.
Tengo un blog para desahogarme y para seguir escribiendo y cuento generalmente las cosas que me inquietan. Últimamente me pasa algo que aún no he contado: me interesa infinitamente más la maternidad que la crianza. No me apetece hablar tanto de cómo estamos haciendo las cosas con nuestro hijo, sino de cómo me siento yo como madre y cómo mi vida está en proceso de reconstrucción. Eso no quiere decir que no haya posts de crianza, pero esto no deja de ser un blog personal en el que hablo de mis experiencias. Vale, parece que eso lo tenemos claro.
Y luego están las redes. Vivo mucho más en Twitter que en Instagram por muchas razones. Yo soy demasiado vaga y tengo muy poco tiempo para poder hacer fotos decentes. La cámara de mi móvil low cost tampoco ayuda. Además, Instagram me agota cada día más. La mayor parte de madres con las que suelo interactuar en Instagram vienen de Twitter o nos conocemos en persona. Es curioso, no me siento nada cómoda en Instagram. ¿La contradicción? Es la mejor fuente de tráfico para mi blog (que sí, que a veces miro el Analytics, pero sin obsesiones).
En Twitter soy más vehemente. Yo soy muy vehemente. Me va mucho lo de soltar las cosas tal y como pasan, sin pensarlas demasiado. Me gusta a veces hacer mini hilos en los que cuento mis neuras y esos temas de madre rayada (una conocida dixit) que me quitan el sueño: la conciliación, la corresponsabilidad, la perspectiva de género, la falta de auto cuidado o el consumismo. En Instagram, a veces, hablo de lo mismo, pero lo suavizo inconscientemente. Quizá lo suavizo porque nunca escribo al momento, sino que suele ser más cosas del final del día, de tener un ratito para hilar algo un poco más coherente. Quizá lo suavizo porque es el código de la red. Yo siempre digo que en Instagram la gente va muy bien vestida mientras servidora va en chándal y con las mechas por hacer (y, ojo, que no pasa nada). Es, imagino, otra forma de autocensura.
También me obsesiona bastante la imagen que estamos dando de la maternidad, cómo condiciona nuestras expectativas, cómo nos estamos fijando en las madres perfectas de Instagram mientras nuestra realidad hace aguas por todas partes si nos fijamos en esos cánones. Me han hecho reflexionar. Este hilo y las reflexiones entre Mamá Monete y Lasti es un ejemplo de eso, pero claro, es una reflexión hecha desde Twitter. Me cuesta pensar que en Instagram podamos llegar a tener un intercambio así de intenso y de demoledor.
Hace tiempo que he dejado de seguir a influencers. Silencio a un montón de gente que me parece cero coherente con lo que comunica. Evito seguir a tele tiendas que no me aportan nada (las hay que sí, pero es otro tema) y a los perfiles que claramente ofrecen una imagen de la maternidad que me chirría. Todo son fases y bandazos, imagino. Ahora encuentro más apoyo, más reflexión y más paz en Twitter. Manda cojones que alguien encuentre paz en Twitter, pero la discusión me llena más que las fotos de familia feliz. Cosas de vivir desubicada, I guess