Se supone que trabajo a jornada completa, y digo se supone porque, muchas veces, para poder llegar a las 8 horas me toca trabajar el fin de semana para hacer tareas pendientes. Pero mi modelo de conciliación de madre pringada es otro tema.
Pongamos que pudiera sacar las 8 horas del tirón cosa que solo sucede los lunes (el resto, fragmento y sufro para llegar). Pongamos que, vivas donde vivas, si llevas a tu hijo a la guardería tienes como mínimo media hora o tres cuartos en traslados a no ser que la tengas al lado de casa.
Pongamos que, como todo ser humano, necesitas comer aunque sea delante del ordenador.
Hacemos un primer recuento y ya tenemos 9 ó 10 horas del día ocupadas.
Pongamos que tienes pareja y que tiene un trabajo que le mantiene 12 horas fuera de casa.
Pongamos también que prefieres no vivir en una pocilga ni apestar todos los días a sudor ni a fritanga. Pongamos que, además de trabajar, llevar a tus hijos a la guardería y de comer, tienes que poner lavadoras, dejar la cocina medio decente y, en muchos casos, limpiar tu casa. Pongamos que no todos los días vas a limpiar en profundidad, pero saquemos una media de media horita o tres cuartos al día en ese tipo de tareas que catalogaríamos como ‘la casa’. Hacemos un nuevo recuento y estamos alrededor de las 11 horas.
Pongamos que tienes la absurda manía de intentar dormir y descansar y que duermes, o al menos lo intentas, seis o siete horas.
Después de nuevo recuento, nos plantamos en 18 horas.
Pongamos que, al levantarte, tienes la manía de hacer cosas como darte una ducha, ir al baño o vestirte y que por la noche, cuando llegas a casa, te pones el pijama, te quitas la ropa… Si tienes suerte, a lo mejor hasta te desmaquillas y te pones cremas. Muy fuerte. Dependiendo del tiempo que tengamos para cada uno, nos estamos plantando en 19 horas y al día le quedan unas 5.
Pongamos que también te hayas aficionado a cenar, aunque sea un sandwich, y que tengas que ir a hacer la compra. Si eres una madre ‘como toca’, irás al súper a por lo justo. Pasarás por la frutería/verdulería, la carnicería, el herboliario y la tienda ecológica.
Pongamos que, de vez en cuando, tú o tus hijos os ponéis enfermos y tenéis que ir al médico. O a la farmacia. O a correos. O a recoger un abrigo a la tintorería, yoquemesé.
Al día, a veces, le queda una hora. O dos. El resto se lo han comido el curro, la casa, las rutinas y los traslados. Y aquí es donde viene la magia porque en esas dos horas tienes que:
Ahí es donde yo ya digo que no. A veces le compro a mi hijo potitos de fruta sin azúcar porque no siempre tengo tiempo de llevar fruta cortadita y está hasta las narices de las mandarinas y los plátanos. A veces le doy galletas maría (sí, sin azúcares y tal, pero galletas industriales) y las abuelas a veces le dan galletas con chocolate a pesar de nuestro criterio. Le doy yogures de bebé porque no necesitan frío y no sé dónde coño me va a pillar la vida cuando a él le pille el hambre. A veces compro la verdura y la fruta en Mercadona porque, ¡oh, sorpresa! no puedo ir de peregrinación por los comercios del barrio porque no tengo tiempo (y mira que me encantaría porque en mi barrio nuevo hay de todo). A veces le pongo Youtbe con un vídeo la La Bamba (es una epidemia entre lxs niñxs de La Lluna) para que desayune y me deje desayunar. No siempre leemos. Cuando acabo de trabajar y cojo al niño, el 70% de los días está agotado e irritable.
Que me parece maravilloso que haya gente con tiempo disponible para todas esas cosas, pero algunas personas simplemente no llegamos. Dedicarle esas dos horas a mi hijo supone renunciar a otras cosas que configuran esa crianza perfecta que se nos exige. Repito, se nos exige. Porque a las mujeres se nos exige y se nos juzga decidamos lo que decidamos. Si trabajamos, lo estamos haciendo mal porque desatendemos a nuestros hijos. Si haces BLW mal porque lo ahogarás y si no lo haces, mal porque no aprenderá a comer. Si nos quedamos en casa, lo estamos haciendo mal porque estamos poniendo en stand by nuestra carrera profesional. Si van a la guardería, lo hacemos mal porque en casa están mejor y si se quedan en casa, lo hacemos fatal porque necesitan estar con niños. Y así con todo.
Y la puta verdad es que a todo no se llega y hay que elegir. Y cuando una elige nadie tiene derecho a criticar, a juzgar ni a exigir, que parece que es lo que mejor se nos da. Cada una concilia como buenamente puede y punto. La perfección la dejamos para el mundo idílico de Instagram.
En la foto, mi hijo desayunando una magdalena de espelta de Mercadona. Llevadme a la fiscalía. Y, por cierto, me ha costado tres días acabar este post…
[…] complicada (a veces el tiempo de cervecitas lo gasto en ir y venir, ir y venir, ir y venir). El tiempo del día se va en el trabajo, la logística, la casa, la comida… Al final, casi nunca puedes hacer nada que disfrutes y el tiempo que pasas con tus […]