Ya no soy un foodtruck cualquiera

Enviado por: Li mayo 21, 2018 No hay comentarios

Reconozco, llamadme lo que queráis, que a pesar de lo buena en general que está siendo mi experiencia con la lactancia materna, lo que es disfrutarlo, tampoco lo había disfrutado, entendiendo por disfrutar vomitar arcoiris y convertirme en un emoji con corazoncitos en los ojos. Ya he dicho más de una vez que me parece algo muy cómodo y muy bueno para Víctor, pero no había encontrado esa conexión especial que dicen que se genera con tu bebé. Hasta cierto punto, sigo sin hacerlo, pero es justo ahora cuando por fin puedo decir que estoy disfrutando la lactancia. Ahora que ya no es lo único que come, claro.

Hay mucha gente que abandona la lactancia por millones de motivos demasiado pronto. Siempre son buenos motivos, yo no juzgo. Yo todavía no sé cómo sobreviví a la crisis de los tres meses, que duró un mes entero y que nos llevó por la calle de la amargura a todos. Tampoco sé cómo sobreviví a las toneladas de cojines en mi cama o a pasar frío en el cuarto del lado cuando nos levantábamos los dos para las tomas nocturnas.

Todo empezó a ir bien en un momento indeterminado pasados los cuatro o los cinco meses. La clave fue que empezara a darle el pecho sin sentarnos y sin levantarnos por las noches, los dos tumbados. Al principio el bebé era muy pequeño y aquello resultaba imposible pero, de repente, el tema empezó a funcionar. Aquelló coincidió con que Víctor dejó de hacer caca por las noches y, por tanto, dejamos de tener que levantarnos unas tres veces cada noche para cambiarle. Ahora, raro es el día que no aguanta toda la noche con el mismo pañal. Empezar a descansar mejor por las noches (y dejar de apuntarme las tomas como si el big data lactante me fuera a resolver algo) fue fundamental.

También en algún punto indeterminado, las tomas de Vampirito empezaron a ser mucho más cortas. No fue con la crisis de los tres meses, fue algo más tarde. Ahora es raro el día que tarda más de 5 minutos en vaciarme el pecho, es flipante. Sacarme leche ha empezado a ser una tortura absurda cuando me cuesta la vida sacarme un biberón de 100, que probablemente sea lo que él saca en un abrir y cerrar de ojos.

Creo que coincidiendo con la alimentación complementaria, aquella sensación de ser el food truck para mi hijo se ha convertido en algo parecido pero diferente al mismo tiempo. Antes pensaba que adoraría a cualquiera que le diera leche, ahora sigo pensando que soy un food truck pero cada vez soy más SU food truck. Cada vez que se me ocurre levantarme la camiseta y enseñarle un pecho, empieza a sonreir, a agitarse, a decir: «ammmmmmmmm». Y, si lo tapo sin darle comidita, hace pucheros. O cuando ha estado un rato con mi madre fuera de casa y, al verme, sonríe, dice «ammmmmm» y abre la boca. Supongo siendo un pedazo de carne, pero un pedazo de carne al que le sonríen antes de darle bocado.

Me alegra mucho haber insistido con la lactancia porque ahora mola. Ahora es genial darle un poco para que luego coja con muchas ganas el trozo de brócoli o llegar después de toda la mañana trabajando y saber que él pide pecho solo para estar con su madre, porque acaba de zamparse un bol entero de puré de verduras y carne. Y me parece terriblemente injusto que esos momentos buenos no estén al principio cuando todo es tan duro y cuando es tan fácil dejarlo.

 

En la foto, Vampirito comiendo una galleta que le hice con mucho amor y que le mola mucho menos que merendarme a mí. Ah, y gracias a Iberdrola por cortar la luz, dejarme sin internet y sin poder currar y darme estos 20 minutitos para escribir el blog sin remordimientos

Autor: Li

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