Con todo este proceso de la primera FIV, de la infertilidad y de las mil perrerías que nos toca pasar, me he concedido el derecho a ser egoísta. Me ha costado un montón porque soy la típica persona que no suele decaer, que no flaquea y que nunca, bajo ningún concepto, se muestra débil. Pero ahora, después de todas las cosas que me han pasado el último año, me da todo exactamente igual.
Hay gente que sabe lo que me pasa (y lo que me ha pasado), lo comprende y me deja espacio. Hay gente que no lo sabe pero también me deja espacio. Pero también hay gente que lo sabe y que no es capaz de entender que, de vez en cuando, todos tenemos derecho a ser egoístas e introspectivos. Que no les hago caso, que solo pienso en mí, que no nos vemos tanto como antes, que no cuento nada, que no reparo en los problemas de los demás. El problema no soy yo ni que me comporte así, el problema es que nunca lo he hecho y eso te convierte automáticamente en la puta mascota de tus colegas, de tu familia y de tu entorno, alguien que está eternamente al servicio de los demás porque sí, porque siempre ha sido de la misma manera.
Porque la vida cambia, nosotros cambiamos, las mierdas que nos pasan y las cicatrices que nos decoran el cuerpo nos cambian y nos afectan y a veces perdemos las ganas de reírnos y de hacer felices a los demás porque, tal vez, somos nosotros mismos los que nos merecemos toda nuestra atención y esos intentos de hacer feliz a alguien. No sé si me explico, pero eso también me da igual.
(Ya dije que no iba a hablar de mis tratamientos, sino de cómo me afectan)