Lo he llevado más o menos bien hasta hoy y, diría que como consecuencia, Víctor lo ha llevado bien hasta hoy. Todo ha sido llevadero mientras mi única prioridad ha sido él, pero todo se ha ido al traste cuando mi lista se tareas de trabajo por hacer va creciendo casi al mismo ritmo que el maldito virus.
La situación es la siguiente: Víctor padre sigue trabajando fuera de casa y yo estoy sola con el niño todo el día. Tengo menos trabajo, pero tengo bastante. El problema es que solo puedo trabajar cuando el niño duerme la siesta. También podría trabajar por las noches, pero la mayor parte de los días llego agotada mentalmente y no me sale ponerme delante del ordenador. Voy a poder trabajar sábados y domingos, además de los días que Víctor esté en ERTE. El resto de días, con un niño de la edad de Víctor y con el carácter de Víctor, trabajar es ciencia ficción.
Eso pesa. Hay cosas que pueden esperar al sábado pero otras muchas no. En algunos momentos el niño se pone nervioso y, casi al mismo tiempo, me están llegando llamadas, mails y Whatsapp de trabajo y no puedo atender correctamente ni a mi hijo ni a mis clientes y compañeros. Pienso en la maldita disciplina positiva y en lo jodido que es no saltar. A veces salto. Éll llora, yo lloro. Nos abrazamos y volvemos a empezar.
El niño está desconcertado y mucho más dependiente. Quiere estar conmigo a todas horas. Come peor, vuelve a pedir más pecho que antes, mantiene su megaenganche al chupete. Yo veo que no adelanto trabajo y tampoco puedo organizar bien la casa, algo esencial para reducir mis niveles de ansiedad. También me pasan por delante todas esas cosas que escribiría en el blog pero no tengo tiempo, porque lo que ha desaparecido es el tiempo de pensar. Escribo esto desde el móvil, con el dedo pulgar mientras tengo al niño recostado sobre mí. Son casi las 16 y no ha hecho siesta*, así que le he puesto dibujos. No hay otra si quiero sacar algo de tiempo delante del ordenador.
Todo esto va a ser de lo peor de este encierro. Las ayudas del Gobierno no ayudan porque no me sirven de nada. No puedo acogerme a un cese de actividad porque eso implicaría parar al 100% la CB que tengo con mi hermano. Pero no hay ninguna compensación económica para quienes no podemos facturar lo mismo porque tenemos que hacernos cargo de niños pequeños. Y ‘el problema’ es que mi hijo está desconcertado, irritable, al borde constante del llanto y la rabieta. Aunque intentamos no transmitirle nervios, es imposible no hacerlo porque lo notan y, de alguna manera, lo interiorizan. Quiero pensar que ahora habrá un periodo de adaptación al confinamiento y luego la cosa irá mejor. Aunque nada me gustaría más que ver que este periodo de adaptación no ha servido para nada porque salimos a la calle cuando hayamos conseguido hacernos a la nueva situación. Pero me da que no será así.
He entrecomillado ‘el problema’ porque mi hijo no es un problema. Ningún hijo y ninguna hija deberían serlo y menos aún cuando están vulnerables, desorientados. Mi hijo me busca más que nunca, me abraza más que nunca. Sabe que pasa algo y quiere estar cerca. Pero el mercado, ¡Ay, el mercado! pretende que sigamos como si nada. Que les demos la tablet, la tele, lo-que-puto-sea para seguir haciendo como que el mundo no se ha parado. Y no sé vosotras, pero yo no puedo. No sé cómo me voy a organizar, pero poner a mi hijo en stand by no es la solución.
Seguiremos informando si la dependencia de mi hijo y el trabajo pendiente lo permiten.
*Se ha dormido a las 15.45. No he podido terminar este post y subirlo hasta ahora, casi 24 horas después. Hoy es fiesta, está aquí Víctor padre y estoy trabajando ‘normal’, así que he podido robarme 10 minutitos para terminar, editar y publicar el post. Un puto lujo.
** La foto es de mi modus operandi de estos días: recuperar la cámara vigilabebés y trabajar tranquilamente mientras el niño duerme en su habitación. Mientras juega no es viable, es demasiado pequeño como para dejarlo a su aire más 15 minutos