Dionisio es mi cérvix. Con una relación tan íntima, tenía que ponerle nombre. «¿Y cómo vas revelando por ahí cosas tan obscenas como el nombre que le has puesto a tu cérvix?», me preguntaría mi madre. Pues, la verdad, con la historia que ya tenemos entre los dos, no solo tengo derecho a ponerle nombre, sino también a tutearle y hasta a ponerle un diminutivo.
Dionisio ha sido ‘el otro’ protagonista de este embarazo. Y del último año y pico de mi vida, pero ese es otro tema. Mi Dionisio y yo (hablo como las abuelas de mi barrio: «el meu Visente s’ha costipat») ya sabíamos que podía pasar todo lo que ha pasado estos meses. La conización del año pasado hizo que el médico tuviera que llevar especial vigilancia con el pobre Dionisio durante todo el embarazo y en la semana 22 (el día de mi cumple, para mayor cachondeo) ya me dijo que estaba reduciéndose y había que intervenir. Primero reposo y medicación, luego el cerclaje y, desde entonces, más medicación y más reposo.
La segunda mitad de mi embarazo no está siendo precisamente ‘normal’. Me operaron en la semana 24 y, desde entonces, todo se ha convertido en una pequeña carrera de obstáculos para que el coleguita Dionisio no se abra. Primero teníamos que llegar a la 28, la famosa viabilidad con todos sus riesgos incluidos. Entonces, maduración pulmonar y a por la 30. De la 30 teníamos que llegar a la 32 y de la 32 a la 34. El día que cumplí 34 (el sábado) me levanté con otro de mis leves manchados y me pasé el día en el sofá, simplemente dejando pasar el tiempo. No cumplía ninguna de las condiciones que explicó la matrona para ir a urgencias (romper aguas, sangrado tipo regla, contracciones o no notar al niño moverse) así que me tranquilicé. Además, solo de pensar en que me tocara explicarle la historia de Dionisio a alguien que no fuera mi ginecólogo, me ponía enferma. El domingo ya casi no manché y ayer me volví a levantar con manchado leve, pero como tenía consulta con el gine tampoco me fui a urgencias.
Así que estamos en la semana 34, sin nada preparado (nada es nada) y con Dionisio empezando a dar poco a poco de sí y de ahí estos leves manchados, que pueden continuar, repetirse, parar o ir a más. De momento, siguen. Nuestra nueva meta es la semana 36, cuando me quitarán la medicación, pero de momento no el cerclaje. En dos semanas el pequeño V debería estar ya cerca de los 2,5 kg (me prometo comer mucho estas dos semanas aunque me mate el puto reflujo) y si me pusiera de parto sería mejor que ahora. De hecho, cada día que ganamos es como una mini-victoria.
Todo ha cambiado un montón desde el cerclaje y el acojone de las semanas posteriores, pero yo no estoy mentalmente preparada para ponerme de parto todavía, contaba (y cuento) con las cinco semanitas que me quedan para salir de cuentas. Eso sí, los 2 kg de peso del bebé ya dan cierta tranquilidad. Está delgadito, pero parece que larguete (no como yo) y tiene ya la cabeza «bastante baja» y está «empaquetado». Lo de las comillas lo dijo el gine, no lo digo yo.
Tenía una entrada semi-preparada para publicar hoy en la que decía que esperaba tener más cosas claras después de la visita al ginecólogo y la he borrado porque ni él ni nosotros tenemos nada claro en estos momentos. No sabemos si la próxima vez que nos veamos será en el paritorio o será en la consulta. Todo esto empezó con una incertidumbre inmensa. No podía ser que el final fuera de otra manera.
(La foto es de parte de los papeles que me dio ayer el médico «para acojonarme». Eso también lo dijo literal)
[…] milagrito con mi hijo), pero ya no me importa. Al final, todas esas experiencias (infertilidad y años de tiras y aflojas con mi cérvix Dionisio incluidos) han terminado moldeando la persona que soy ahora y la única verdad es que ahora soy […]