Lo de viajar con (nuestro) niño

Enviado por: Li abril 12, 2023 No hay comentarios

Desde que nació Víctor hemos tenido claro que queríamos seguir viajando con él, entendiendo como viajar que no somos ricos ni tenemos una disponibilidad de tiempo de la h****a y que la cosa iba a reducirse a escapadas más o menos largas y más o menos cercanas. Cuando tenía unos 6 meses nos fuimos unos días a la Costa Brava y luego todo se complicó un poco. El verano siguiente, con apenas año y medio, estaba en una de esas fases terribles en las que teníamos que ir con mucho cuidado de no meterlo en el coche para que no se durmiera a deshora y nos amargara la noche. Afortunadas las familias que tienen bebés fáciles, en serio.

Luego, cuando empezó a estar un poco más homologado para viajar, llegó la pandemia y hasta ahí nuestros planes de hacer algo con el niño. Pero la idea seguía en nuestra mente. La cuestión es que, en cuanto se pudo salir, nos fuimos una semana a Venecia, una ciudad increíble pero no precisamente amigable para ir con un niño de tres años y medio. Ni un parque, puentes y, sobre todo, viaje con adultos y de adultos.

En Venecia cometimos muchos errores, pero fundamentalmente pagamos la novatada de pretender que el niño se adaptara a los ritmos y a los horarios de los mayores (íbamos con mi familia). Tenía hambre cuando a nadie le apetecía pararse en un bar. Se quedaba dormido a mitad cena en mis brazos. No quería entrar en baños públicos porque le daban miedo. No quería seguir caminando (normal). Fue un viaje, sobre todo, de aprendizaje, de pensar «a la próxima, lo haremos mejor».

En Semana Santa del año siguiente nos fuimos a Holanda a casa de unos amigos. Planteamiento completamente distinto, viaje con niños en el centro, a un país preparadísimo para ir con niños, en horarios aptos para niños. Tuvo sus momentos insoportables como cualquier niño de su edad, pero fue todo bien. ¿Los niños tienen hambre? Paramos y les damos comida. ¿Encontramos una terraza con un parque delante? Entonces nos podemos tomar una cerveza tranquilamente los mayores.

En verano, animados por el éxito de Semana Santa, nos fuimos una semana a Berlín. Ciudad grande con ola de calor y niño con brote de impétigo (eso lo supimos luego). Era mi tercer Berlín, pero el primero de Víctor padre y ya fuimos con expectativas muy justas de lo que veríamos. Obviamente, muchas cosas que hubiéramos querido ver los adultos se quedaron en la lista de ‘a la próxima’, pero pateamos Berlín y (vi)vimos Berlín. Subimos en bus turístico, a la torre de la televisión y fuimos al Lego Discovery Center, cosas que jamás hubiéramos hecho nosotros dos solos. Salíamos siempre con comida encima, hacíamos un plan de mañana y otro de tarde con parada en el apartamento para comer y/o descansar (y curarle las heridas del impétigo, animalet). Y, otra cosa importante, en vez de alojarnos en las zonas mas turísticas, tiramos de zonas residenciales con parques y niños. En Berlín fue Prenzlauer Berg y un 10 a los parques y a poder tomarte tranquilamente algo mientras él jugaba.

Este año decidimos no hacer viaje en Semana Santa porque, oh la inflación, los ERTEs, las deudas de los clientes. Pero un poco a última hora nos entraron todos los picores y elegimos algo totalmente cancelable y sin vuelos: Toulouse, accesible en coche y con relativa oferta para un niño de cinco años y medio. Es una ciudad amable, accesible, fácil para ir con niños de su edad, con Cité de l’Espace, que eso es ya suficiente para mi hijo. Toulouse, en realidad, ha sido una gran elección. El problema hemos sido nosotros, que no tuvimos ni doce horas para pasar del ‘modo productivo’ al ‘modo vacacional’. Maletas a última hora, mails de trabajo en el camino. Y el niño, tres cuartos de lo mismo. De salir del cole a estar empaquetando, sin ese tiempo de ajuste que tenemos en verano. Unos días de descanso, luego viaje, luego más descanso. En Semana Santa, es de cero a cien y de cien a cero. Todo empezó a fluir cuando la vuelta estaba cada vez más cerca, es lo que hay.

En estos tres años que llevamos haciendo viajes con Víctor la cosa cambia totalmente según su momento vital. En 2021 se dormía en cualquier lado y en 2023 ya tiene mucho más claro lo que quiere y lo que le apetece, a veces para frustración de los adultos. Toulouse ha sido el viaje de intentar hacerle entender que, si quiere que salgamos de viaje, hemos de hacer cosas en las que los tres estemos de acuerdo o cada vez ha de ceder alguien y no siempre nosotros, que es lo que pretende.


Cosas que tenemos clarísimas a día de hoy, viajando con un niño de 5 años y que pueden cambiar en cualquier momento:

1. Alojarnos en apartamento. Eso ya lo hacíamos antes, pero mucho más con él. Más espacio, más libertad, menos dependencia de restaurantes y de bares.

2. Llevar siempre comida y agua encima. «Mamá, tengo hambre», pues nos sentamos en un parque y se come un mini sándwich si no es hora de comer. Llevar comida encima nos ha salvado de mucho gasto y de mucho drama (sobre todo, drama).

3. Ser flexibles con los horarios, o lo que es lo mismo, comer y cenar cuando tenemos hambre y no ‘cuando toca’. Si el niño tiene hambre a las 19.30 (su hora de cenar en casa) no le vamos a decir que se espere a las 21 porque eso es más drama, rozando la tragedia. Además, si vamos a países europeos no tiene tampoco ni pies ni cabeza cenar y comer tarde.

4. Entender que no tiene ganas de hacer cosas las 24h. A veces le apetece volver al apartamento y jugar a sus juguetes. Si los adultos pretendemos estar todo el día haciendo cosas y verlo absolutamente todo, con Víctor es drama garantizado. A nosotros nos funciona mejor tener menos expectativas o ir a ciudades que ya conocemos (Venecia en 2021 o Manchester este próximo verano).

5. Organizar estratégicamente los planes con niños. Por ejemplo, la Cité de l’Espace fue lo primero que vimos en Toulouse. Tenerlo tres días dando la matraca con lo que quiere hacer no nos compensa a nadie. Intentamos hacer cosas específicamente de niños día sí, día no. O todos los días algo para niños.

6. Transporte público. Víctor padre y yo éramos de caminar más de 20 km al día cuando salíamos de viaje. Con el niño sabemos que eso es totalmente imposible, pero en Toulouse han sido más de 10 km al día caminados sin protestar. La clave ha sido ir alternar caminar con transporte público, que no tuviera la sensación de que estábamos todo el día caminando como el verano de Venecia. Un poco de metro, un poco de caminar y entonces todo bien. El carro lo retiramos justo antes de ir a Venecia y, como mucho, tiramos de mochila pero lleva en el maletero desde que volvimos de Berlín.

7. Algo de planificación. Lo ideal sería decir ‘planifícalo todo’, pero a nosotros no nos da la vida para planificar casi nada y sobrevivimos. Combinaciones de transporte público, horarios de todo, supermercados próximos, parques… Nunca nos da tiempo de mirar nada, pero sería un plus tenerlo claro y no acabar pagando más por el metro o perdiéndonos horas de entradas gratuitas a los museos. O incluso quedarnos sin ver algo porque se tenía que reservar con mucha antelación. No seáis nosotros.

8. Y un poco de prevención. Dentro de nuestro caos vital habitual, nos acordamos de lo básico: una pulsera con mi número de teléfono por si se pierde (no vamos a pedirle a un niño nervioso que recite mi teléfono en inglés y contarle lo del +34 y tal), tarjeta sanitaria europea (fuimos imbéciles de no ir al médico en Berlín pero realmente pensábamos que era solo una erupción y no impétigo) y un botiquín básico de porsiacasos.

Y con esto, la promesa de organizarnos mejor la próxima vez. Siempre igual

Autor: Li

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