Con este post, ya es oficial, dejo de autoengañarme: el trabajo no sale de lunes a viernes. Da igual todas las formas que elija de reorganizarme y todas las películas que me cuente porque no puedo sacar todo mi trabajo entre semana. Es imposible. Cada semana por unas historias, pero llevo más de un mes trabajando sábados y domingos. Solo me he ‘librado’ uno y fue porque Víctor estuvo enfermo. Incluso hoy, con padre migrañoso, he tenido que enviar al niño a la ‘escoleta’ de los abuelos para poder sacar una jornada laboral prácticamente completa. Y mañana habrá más.
Por suerte, no llegué a publicar un post que tenía en mente sobre cómo me había reorganizado para que salieran más horas de producción. Sobre el papel salían. De verdad que salían. Dos días de muchas horas y dos de menos que se compensaban. Los viernes son otro rollo porque tengo reuniones y formación y ya sé que la producción la hago de 15.30 a 20 horas. Yo, que quería las tardes de los viernes libres.
El problema real es que ese ‘sobre el papel’ en realidad no existe nunca. Siempre aparece un imprevisto o treinta imprevistos. Siempre hay una reunión, una cita médica, una persona que a última hora no me puede echar una mano con el niño. Una visita a urgencias, un cliente que necesita que lo pares todo para hacerle caso, un amigo que te pide que le eches una mano. Víctor padre con lío en la fábrica llegando a las 21h. O con migraña cuando baja la tensión. Son mil historias. Las semanas, así, nunca salen. Es imposible.
La solución, como siempre, sería decir que no. Odio las reuniones. Me destrozan, la verdad. Es tiempo nada productivo que, para colmo, me restan horas de producción que he de recuperar el fin de semana. Necesitar los sábados y los domingos para llevar el trabajo mínimamente al día es terrible porque nunca cierras el ciclo: no tienes un solo día de parar y olvidarte del trabajo. Esto no lo vivía desde que me dejé el periódico y me tiraba casi dos meses sin librar de verdad antes de fiestas.
Y con este pequeño desahogo, admitimos el problema. Ahora veremos cómo cojones resolverlo.
En la foto, Víctor con su merienda. Una de las consecuencias del nomadismo