Los virus se han comido mi trabajo

Enviado por: Li marzo 20, 2019 No hay comentarios

Víctor lleva enfermo desde el jueves (escribo esto un martes*). El primer día solo tenía un poco de fiebre y lo tuve fácil, trabajé desde casa mientras mi madre se quedaba con él. El segundo día tenía una reunión a la que debía ir sí o sí y antes de las 14 me fui corriendo porque mi suegra me dijo que el crío seguía con más de 39 de fiebre. El viernes estuve de 14 a 22.30 que volvimos del hospital sin separarme del niño. Los mails de trabajo seguían entrando.

El sábado Víctor amaneció algo mejor y me pude ir a Desmadradas (tengo un post pendiente sobre eso) porque estuvo bien con mi madre. Por la tarde, otra vez lapita conmigo. La noche fue un desastre, a las 4 de la mañana estábamos los dos comiendo magdalenas con Nutella (matadme, sí, por esto también). El domingo estuvo dormitando en mis brazos hasta las 11 o así, cuando llegaron mis suegros, se animó un poco y me dieron un poco de aire. Se me ha olvidado decir que a su padre no quería ni verlo. El domingo por la tarde fue otra vez fatal, con el niño en brazos toda la tarde y yo pensando que la fiebre volvía. Pero pasó una buena noche y el lunes amaneció mejor. Ojo, que mejor no quiere decir bien.

El lunes me iba a coger puente porque resulta que, además de tener un hijo y un curro, tengo un marido, una casa en obras y una vida, aunque a veces se me olviden los tres. Marido, que tiene un buen trabajo que adora pero que tiene un horario como de cumplir condena en Alcatraz, tenía puente porque hoy es fiesta en la Comunitat Valenciana, así que pensamos que sería el día perfecto para ir a Ikea a terminar de ver los muebles para la casa nueva y, aunque no los compraremos hasta más adelante, sí tener una previsión de gastos lo más ajustada posible. El niño amaneció bien pero yo llevaba casi tres días sin poder ni abrir el puto ordenador. Vino mi madre sobre las 10 y yo conseguí sacar las horas de trabajo justas para medio desatascar el día, irnos a Ikea y hacer un recorrido más eficiente que una expedición de ingenieros japos para estar de vuelta en casa a las 17 que habíamos quedado con el constructor. Salimos de casa en Castelló a las 12.20, una hora a Ikea, dos horas dentro, un bocata cutre en el polígono de Ikea, otra hora de vuelta a Castelló y otra hora con el constructor. A las 18.30, cuando llegamos a casa, de nuevo tuve una lapita humana adherida.

Hoy, que es fiesta, estoy delante del ordenador reorganizando el trabajo, intentando hacer cosas pendientes y sí, «perdiendo» 20 minutillos en escribir este post. ¿Perdiendo? Sí, porque todo lo que no sea producir o estar con tu hijo está mal visto. El derecho a tener tiempo para ti desaparece en el mismo momento en el que pares, adoptas o lo que sea. Tenemos que ser la hostia como madres y como currantas. Lo peor de estos días es la preocupación por cómo está mi hijo (que está bien, pero sigo viendo la palabra ‘neumonía’ a lo lejos en luces de neón) añadiendo ese matiz fatal de «estoy descuidando mi trabajo».

Y sí, estoy descuidando mi trabajo. Pocas de mis tareas son delegables por mil razones y todas las cosas por hacer se van acumulando en mi agenda como cuando eres un crío, metes los trastos en el armario esperando que nadie se entere y se le caen encima a tu madre cuando lo abre para buscar una chaqueta. Lo mismo. No me gusta dar explicaciones pero tampoco inventarme movidas. Yo soy yo con mis condicionantes y tengo un condicionante de 18 meses que está ahí. Estos días he bajado el ritmo porque mi hijo está enfermo. Lo digo sin rubor (pero con la dosis justa de autoflagelación que va en el cargo de madre autónoma primeriza) porque creo que hay que normalizarlo. Pero eso no quita que te sientas como cuando te inventabas que el perro se había comido tus deberes.

«Pues el niño también tiene padre». Típica frase que me ha tocado oír cuando lo digo. Claro que tiene padre y a su padre le encantaría echar una mano estos días porque en Alcatraz le darían el tercer grado sin dudarlo. El problema es que su hijo no ha querido ni acercarse a él. «Pues que se acostumbre». Sí, claro. Niño enfermo y desquiciado + padre desquiciado por ver al niño enfermo y desquiciado, se forma una espiral y explota nuestro pequeño universo. Así no, gracias. Además, el padre también tiene trancazo y son dos desquiciados y enfermos juntos. Fenomenal.

Los peores momentos desde que soy madre han venido en esos momentos en los que conciliar es una lucha contra los virus y contra los elementos. Crisis de lactancia y/o virus (o a veces los dos juntos) han sido terribles. Tu hijo llorando sin parar, que solo quiere estar en tus brazos y los de nadie más (sí, soy de esas madres flojas que no le deja llorar para que se haga un hombre), tú cada vez más insomne y más cansada, tus clientes insistiendo y tu lista de tareas a punto de convertirse en una colina de post its de colores.  Hace unos días pensaba que empezaba a ver la luz, pero como pasa siempre que crees que las cosas empiezan a resolverse, los virus han traído de nuevo la oscuridad.

Si conciliar ya es casi imposible, hacerlo cuando tu hijx se pone enfermo es una utopía. Hay días que no vale lo de dejarlo con los abuelos y a la guardería mi hijo no va enfermo. Su padre podría cogerse el día para estar con nosotros, pero el niño solo quiere estar conmigo y VPadre de marketing sabe lo justo, así que tampoco puede ayudarme haciendo el trabajo. Mientras intento embutirle a mi hijo la enésima cucharada de Augmentine, me vienen a la cabeza los ecos de mi yo no-madre: «Tus clientes no tienen la culpa de que tu hijo esté enfermo, tus clientes no tienen la culpa de que tu hijo esté enfermo…». Y ese berrinche que va justo después del antibiótico acaba siendo compartido: mi hijo llora porque se encuentra mal y le toca los cojones que le siga dando medicamientos y yo lloro porque no sé cómo hacerlo para no hacerlo todo mal. Mola, ¿eh?

Y, ojo, que hay gente por ahí extraordinariamente comprensiva, pero tal vez porque yo soy muy responsable. Lo que no haga hoy lo haré mañana, pero estará hecho. Cómo y cuándo no lo sé, pero no se quedará por hacer. Muchas veces la exigencia viene de nuestro interior, de ese pavor a no hacer las cosas bien y a tiempo que llevaremos siempre dentro muchos de los que hemos crecido laboralmente en tiempo de crisis y cualquier cosa podía significar irte a la mierda.

Cada vez tengo más claro eso que he leído mil veces, que se espera de nosotras que sigamos trabajando como si no tuviéramos hijos, pero que los criemos como si pudiéramos dedicarnos a full. Y yo, la verdad, ni quiero ni puedo hacerlo. Si siempre te han exigido mucho, es muy complicado bajar el listón. Si siempre te has exigido mucho, es más difícil todavía.

 

*Empecé a escribirlo el martes. Lo termino el miércoles.

**Por cierto mi blog no suele tener publicidad. Si ves un anuncio ahí abajo es porque estoy haciendo un experimento para el trabajo. En unos días lo quito.

Autor: Li

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